Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
Dr Mime
Conmocionados no sé si es el adjetivo que nos aplica a los paraguayos que venimos siguiendo preocupados y azorados el caso de la bella y tierna “Yuyu”, la niña inocente a quien conocimos por fotos mientras jugaba con sus ovejas y que desapareció como por arte de magia de la noche a la mañana hace ya unos meses. Hasta que la revelación de hace dos días respecto a lo hallado en el celular de su padrastro nos dejó conmocionados, asustados, asombrados y hasta asqueados por lo encontrado allí. Confieso que inicialmente mi columna semanal iba a hablar de otros temas en el cerebro, pero dada la pregunta de uno de mis contactos en Twitter respecto a este tema, me vi en la urgente obligación de reescribirla para así poder intentar desentrañar junto a ustedes qué en realidad es lo que sucede en la mente de personas así. Y también aclarando que de ninguna manera pretendo hacer un juicio sobre la inocencia o culpabilidad del padrastro o madre en este caso. Simplemente tomo la situación de cosas al día de hoy como hilo conductor para intentar desentrañar este cáncer de nuestra sociedad: la pederastia, la pedofilia y la pornografía infantil.
Lamento inicialmente comentarles que, según los estudios revisados, uno de cada 20 hombres tiene alguna fantasía sexual con niños o niñas, cifra que parece espeluznante pero es real. Igualmente, si hablamos estrictamente de pedofilia, a la cual definiremos como la preferencia sexual por niños o niñas, la cifra aún llega como mínimo a un preocupante del 1%, según la misma revisión hecha en la literatura médica disponible. Casos como el que nos ocupa elevan a los titulares la lacra de los abusos sexuales a menores, del tráfico de sus imágenes y de otras posibilidades que, de solo imaginárnoslas, se nos eriza la piel. Pero, según los expertos, lo realmente preocupante es que la mayoría de los casos nunca salen a la luz. Y es que, si escalamos ese 1% a la población general, a las dimensiones de cualquier shopping en tiempos no pandémicos un sábado, o al volumen de público que llena un estadio de fútbol un domingo cualquiera, nos topamos con la alarmante realidad de que la pedofilia está mucho más presente a nuestro alrededor de lo que tal vez sospecharíamos.
Pero, los expertos advierten algo bien claramente: ni todos los pedófilos abusan de menores, ni todos los que abusan de menores son pedófilos. Lo segundo parece tener una explicación sencilla: se calcula que una de cada dos agresiones sexuales a niños o niñas se produce por parte de personas con otras alteraciones mentales o con rasgos de conducta antisocial o abusiva. En cuanto a lo primero, y según la última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (conocido por todos los que hacemos salud y neurociencias como DSM-5), existe el llamado desorden pedófilo cuando la persona siente un interés sexual por niños o niñas que le provoca malestar o dificultades de relación con el resto del entorno, o que le lleva a cometer agresiones o a consumir pornografía infantil. Si la persona es capaz de controlar su impulso y se limita a fantasear, se habla de preferencia sexual pedófila. La distinción es importante, porque si bien el pedófilo no elige serlo ni tiene culpa de ello, esto no le exime de la responsabilidad legal de sus actos. El DSM-5 ha sacado de la lista de trastornos las parafilias como el fetichismo o el sadomasoquismo cuando no ocasionan desazón ni daño y se practican con mutuo consentimiento (y sobre los cuales prometo hablarles en otro sábado). Pero en el caso de la pedofilia, no hay consentimiento posible. No existe el delito sobre el pensamiento, y con ese pensamiento vemos que a la persona con preferencia sexual pedófila no le queda otra opción que limitarse a su propia fantasía.
Pero, ¿realmente no eligen serlo? Existe la idea popular de que el pedófilo, normalmente un hombre, desarrolla esta inclinación como consecuencia de un trauma debido a los abusos sexuales sufridos por él mismo en su infancia. Y aunque este pueda ser un factor en ciertos casos, su lógica se cae con un sencillo razonamiento: la mayoría de las víctimas son niñas, mientras que la mayoría de los abusadores son hombres, y si el condicionamiento fuera la única teoría lógica para explicar la causa de la pedofilia, lo razonable sería que hubiera más mujeres pedófilas de las que clínicamente se observan. Y aunque una media del 15% de los abusos son perpetrados por mujeres, algunos estudios apuntan que en estos casos suelen haber otras circunstancias, como un desorden mental adicional o la intervención de un cómplice masculino. Entonces, sigue quedando la duda sobre si la pedofilia, como actualmente se define, realmente existe en mujeres.
Tema espinoso y doloroso, pero debemos conocerlo para poder debatir con propiedad. ¿Seguimos DE LA CABEZA hablando del tema el siguiente sábado?