Por Carlos Mariano Nin

Columnista

Muchos dicen que entrar a Tacumbú es como descender al inframundo.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Los mayas creían que la entrada a este pasaje oscuro e infernal se hacía a través de los cientos de cenotes que se hallan dispersos por todo el sureste mexicano y que conducen a una laberíntica red de profundidades colosales anegadas en aguas turbulentas. Un lugar tenebroso y sumido en las tinieblas a donde los muertos viajaban y se encontraban con extrañas y aterradoras criaturas que los llenaban de horror.

Muy poca gente pudo recorrer la cárcel de Tacumbú, pero los pocos que lo hicieron revelaron que el inframundo es una realidad en la capital misma del país, Asunción.

En Tacumbú conviven hacinados hoy casi tres mil reclusos, con condenas o no, culpables o no, buenos y malos, sanos y enfermos.

No es como las prisiones que conocemos. Allí unos 800 reclusos, de los más de casi tres mil que la habitan, no tienen celdas y duermen en tinglados en condiciones infrahumanas e insalubres.

Pero en el conjunto, entre el 78 y el 80% no tienen condenas, o sea, pueden ser inocentes. En resumen, todos, absolutamente todos, están condenados al más brutal de los encierros.

Sé lo que pensás: “Es una cárcel donde los criminales van a pagar sus crímenes, no un hotel” y en cierta forma es verdad. Pero la finalidad de las cárceles hoy es la rehabilitación de quienes cometieron algún tipo de crímenes y su reinserción en la sociedad. Algo imposible de hacer en estas condiciones.

En Tacumbú, las propias autoridades reconocen algo que sería elemental: nunca se hizo una clasificación de los recluidos por ilícitos cometidos.

Las realidades sociales fueron cambiando con el tiempo. La criminalidad mutó y las bandas se volvieron transnacionales. La influencia del Primer Comando Capital y el Comando Vermelho, ambas bandas brasileñas, aterrizó en Paraguay aprovechando la vulnerabilidad corruptible del sistema carcelario.

Esa fue la bomba de tiempo que terminó estallando en las prisiones. Eso y su rivalidad con el conocido clan Rotela. El resto lo hizo la desidia y lo alimentó la violencia.

Las autoridades calculan que unos 400 miembros activos del PCC están distribuidos en las 17 cárceles de Paraguay, y aunque no parezca un número alto, el problema son los nuevos “bautizados” que sin opciones se van sumando todos los días.

Es una bola de nieve que crece sin parar. Con o sin pandemia.

Pero el combustible que alimenta esta crisis es la corrupción que carcome como un cáncer imparable al sistema.

El desvío del presupuesto para alimentos denunciado por los sindicatos desde hace tiempo y los negocios que rodean a las prisiones completan el combo.

La situación de terror en Tacumbú se repite en la mayoría de las cárceles paraguayas, que con una capacidad de 9.000 presos, albergan a cerca de 15.000.

La bomba estalló varias veces y las autoridades usaron combustible para apagar el incendio. Ignoraron durante años las medidas de seguridad y dejaron que el problema se desborde.

Pero volvamos a los mayas. Ellos creían que todo hombre y mujer que muriera viajaba al Xibalbá, por ello en sus ritos funerarios se le daba agua y alimentos para que a su alma no le faltaran provisiones en su inminente viaje hacia el terrible inframundo. Los que salían alcanzaban la gloria de los dioses.

Y de nuevo a Tacumbú.

No en la cárcel, allí la reinserción es una utopía que se pierde en el sistema. En Tacumbú el inframundo no se corona con la gloria…

Dejanos tu comentario