Por Gabriela R. Teasdale
Socia del Club de Ejecutivos.
Hace algunos días, mi hija se conmovió con la noticia de que en algunos países de la región las clases se estaban reanudando paulatinamente, reiterando su ilusión de que Paraguay pueda también tomar el mismo rumbo. Ya habíamos hablado sobre sus sentimientos durante el confinamiento, así que conocía su ansiedad por volver al colegio.
La educación en pandemia fue un desafío para educadores y padres, pero sobre todo para los estudiantes. Según un informe reciente de la Unesco, más del 60% de los estudiantes en el mundo dejaron de recibir su educación típica debido al coronavirus. Las escuelas de 186 países cerraron y cerca de 1,3 mil millones de estudiantes quedaron confinados en sus hogares, con el año escolar interrumpido de forma repentina. Los maestros tuvieron que diseñar aulas virtuales y los padres asumieron nuevos roles, a veces con más éxito. Y nuestros niños se vieron obligados a adaptarse.
Esta pandemia está causando mucho dolor y desesperanza, pero también nos está poniendo en un lugar incómodo al obligarnos a cuestionar qué tipo de sociedad estamos construyendo. Nos está exigiendo como ciudadanos, no solo en el sector educativo, sino en muchas otras áreas (sanidad, empleo, justicia), asumir nuestra deuda social e histórica.
La suspensión de las clases presenciales evidencia muchas falencias del sistema educativo. La falta de capacitación de los docentes en nuevas tecnologías y la brecha digital que impide la universalidad de la educación a distancia. Pero no juzguemos en medio de una crisis. Tenemos que ser responsables y reconocer que el descuido y abandono que hoy observamos vienen de décadas.
Muchos deberían de ser los condenados si empezamos a analizar profundamente el estado de nuestras escuelas y hospitales.
Semanas atrás, el ministro Eduardo Petta recordó en un discurso las siguientes palabras del destacado docente paraguayo Ramón I. Cardozo: “Solo el amor hará el milagro en la educación”. Es una gran frase. Se trata de una ecuación de liderazgo muy simple y cierta: el amor en acción.
El liderazgo es primero un asunto del corazón, porque siempre que tengamos la oportunidad de influir en el pensamiento y comportamiento de otras personas debemos decidir si actuaremos en interés propio o en beneficio de otros. Esa intención luego viaja a la cabeza donde decidimos trabajar por el bien común. Y, finalmente, llega a las manos, es decir, a la acción.
Entonces, es tiempo de poner a los demás primero y de empezar a liderar desde el corazón y la conciencia, trabajando duro en la construcción de políticas de Estado que beneficien a todos. Estamos en una situación de emergencia y no podemos bajar la guardia.
Hay hambre, frustración, injusticias, inseguridad, escuelas cerradas y hospitales que pueden colapsar. No sabemos lo que está por venir, pero debemos empezar a generar cambios como sociedad, porque nadie gana si no somos capaces de involucrarnos todos. Que estas experiencias de niños sin aulas ansiosos por volver a encontrarse con sus maestros y compañeros nos dejen una enseñanza.
Que aprendamos a educar con amor y liderar con el corazón.