Por Augusto dos Santos
Analista
Hay unas pocas razones bien identificables por las que podemos fracasar en este camino de convivir con el covid, que vino para quedarse hasta la vacuna. Un buen rato.
Me conversaba en estos días el analista y ex senador Gonzalo Quintana: “Los científicos nos dicen solamente dos cosas: 1) que no sabe exactamente qué es, y 2) que no saben cuánto va a durar. Tenemos que construir sobre tal hipótesis”. Es verdad. Hasta ahora y en gran medida venimos construyendo sobre un imaginario de supuesta normalidad “para fin de año” e incluso otros dicen más felizmente “para octubre”. ¿Quién lo afirma? ¿Quién lo asegura? Nadie, cierto.
Más bien pensemos en que la vacuna lograda y probada pueda llegar en un año y que un año sea más o menos el tiempo en que se demore aún un proceso de cierta “nueva normalidad”.
El primer error
El primer error que estamos cometiendo es la construcción ideal de un imaginario de normalidad que ningún científico nos ha asegurado aún; basado, probablemente, en alguna inyección adrenalínica de nuestro instinto de conservación que nos engaña: “Tranquilos, pronto va a pasar”.
La otra cuestión es el abordaje. Toda nuestra apuesta como país está orientada a la reparación, pero muy poca o casi nada a la reactivación.
En los últimos días fui bastante insistente esperando que burócratas o activistas del sector privado me respondan una pregunta muy simple: de cada millón que cede el Estado, ¿cuánto dinero es para reparar los daños y sobrevivir y cuánto es para operar de nuevo y producir? Nadie supo responder.
Nadie está pensando en la reactivación, estamos demasiado metidos en el problema de mantener encendido el motor del taxi y pagar la deuda del auto y al mecánico, pero no hemos pensado hasta hoy cómo nos pagarán los consumidores de su funcionamiento.
En síntesis, estamos gastando toda la energía en pensar la reconstrucción y casi nada en el consumo. O en todo caso, estamos entregando toda la energía en asistir a las personas para que sobrevivan con alimentos e insumos básicos, pero no estamos “craneando” cómo hacer para que vuelvan a producir, mirando el concepto de la producción no como un hecho reduccionista de obtener el pan (subsidio), sino de comprar el pan (reactivación), para que funcionen las panaderías y para que a su vez funcione la industria de la harina y el transporte, y etc., etc.
El segundo error
Consecuentemente, el otro error, por tanto, será no localizar el problema en la reactivación del consumo.
No hay manera conocida –al menos en la civilización que vivimos– de reactivar ningún proceso económico sin consumo.
Esto significa que mucho más importante que la buena idea del aceite y la yerba en la casa de los sectores paralizados es que se generen ideas para que estos sectores se “desparalicen”, y en vez de yerba y aceite, tengan plata en el bolsillo –fruto de una reactivación productiva– que a su vez se gaste para generar nuevas reactivaciones.
La tercera cuestión es la convivencia con la enfermedad desde el punto de vista sanitario.
El Gobierno ha tenido tiempo suficiente para desatar una enorme campaña educativa para que las personas se contagien lo menos posible del covid..., pero no lo ha hecho.
Su Ministerio de Educación apenas ha logrado unos deshilachados programas de TV y unos horribles episodios públicos de polémicas y controversias. Al Ministerio de Salud tampoco se le cayó una idea sobre cómo educar. Apenas las conferencias del ministro y paramos de contar.
Todo el mérito de la educación lo tienen los medios de comunicación y los médicos del sector público y privado, que son los docentes diarios explicando y advirtiendo cosas. Pero falta algo y ese es el siguiente error.
El tercer error
El tercer error es que no sabemos cómo salir de la reclusión conservando la salud.
Todo lo que sabemos es cómo encerrarnos o protegernos para evitar su contagio. Sin embargo –cuando ya se define que el futuro al respecto de la enfermedad, su rebrote, la incertidumbre sobre otros episodios parecidos en el futuro–, no empezamos a trabajar estrategias sobre cómo salir de la reclusión conservando la salud. Este es el punto.
El ejemplo más significativo de esto es el dato dado el sábado por Mazzoleni: nos estamos enfermando en lo social y no en lo laboral; porque –lastimosamente– funcionamos mejor cuando nos obligan y –por el contrario– armamos tremendos dramas cuando abren un nuevo tiempo en el que nos dicen: ok, a partir de ahora se depende de nuestra responsabilidad.
Salir de la reclusión
Veamos el futuro como lo que será. Un tiempo en el que sobrevivirá la inteligencia, la capacidad de competir en condiciones de adversidad. “Hay que salir a pelear” diría Fito Páez, y será en medio de una cancha embarrada y a veces con lluvia. Las condiciones no serán nunca las mismas que antes, pero las obligaciones sí: alimentación, educación, salud, vivienda, etc. Eso no se consigue con un subsidio del Estado. Se consigue encendiendo la chispa de la productividad, reactivando la máquina. Hay que salir a pelear sin enfermarse, esa es la nueva normalidad.