Por Hno. Mariosvaldo Florentino
capuchino.
El evangelio de este domingo nos parece muy fuerte y exigente. Las palabras de Jesús hasta nos asustan. Él nos impone como una condición para poder seguirlo: amarlo más que a cualquier otra persona o cualquier otra cosa en este mundo. Y quiere el primado. No es que a Él no le guste que amemos a nuestros padres, a nuestros parientes, a nuestros amigos... al contrario el quiere que le amemos tan profundamente como él lo hace, no de un modo egoísta o posesivo, sino que siendo capaz de dar la vida por ellos. Amar a Jesús más que a todos no disminuye en nada la intensidad de nuestro amor hacia los demás, sino que nos capacita a amar mucho más intensamente. Estas palabras nos ayudan a entender mejor el versículo 26, pero hoy quiero proponer una mirada al versículo 27: “El que no carga con su cruz para seguirme no puede ser mi discípulo”.
Cuando se habla de cruz, todos nosotros ya nos quedamos un poco asustados, pues esta palabra recuerda dolor, castigo, sufrimiento, angustia... y naturalmente a nadie le gusta esto. Además los adversarios de Cristo cuando lo condenaran a la cruz así pensaban. Cristo, sin embargo, abrazando la cruz, cargándola y dejándose clavar en ella, ha trasformado en fuente de vida, de liberación, de paz, de victoria...
Sus palabras de hoy –”el que no carga con su cruz”– nos hacen entender que cada persona tiene una cruz. Todos los seres humanos que nacen en este mundo tienen una cruz. Tal cruz puede ser, todas las limitaciones con las que nuestra vida en la tierra está condicionada. El hombre tiene limitaciones corporales. ¿Quién esta completamente contento con su cuerpo, con sus características físicas? ¿Quién nunca deseó que sus ojos, sus cabellos, su altura, su peso... fuera diferente? ¿Quién no tiene algún defecto pequeño o grande en su cuerpo? ¿Quién está libre de las enfermedades o ya no necesitó de alguna medicina? La gran industria cosmética y farmacéutica y los ríos de dinero que estas mueven nos revelan como existen personas que están luchando con su cuerpo y los quieren trasformar o al menos disfrazar, pues no aceptan lo que tienen. Para algunos su cuerpo es causa de gran sufrimiento y perturbación.
El hombre tiene limitaciones morales o espirituales. No depende de nuestra elección ser inteligente, o irascible, o alegre, o celoso, o desconfiado. Aunque logremos trabajar esto, será difícil tener un control completo. A veces es nuestra memoria que nos traiciona. Otras son nuestra timidez y la inseguridad que nos frenan. Así mismo el carácter que tenemos tantas veces nos sorprende y es causa de mucho dolor. Otras veces somos sorprendidos por la envidia, cuando reconocemos en otros hermanos características o dones que nos gustaría tener. También estas limitaciones que hacen parte de la vida de todos los humanos horrorizan la vida de muchos y les quita la paz.
El hombre es limitado también históricamente. Nacemos en una familia concreta, nuestros padres y parientes tienen dones y defectos. Sus acciones algunas veces nos hacen madurar, pero otras nos traumatizan y nos hacen sufrir. Nacemos en una determinada situación económica, que muchas veces nos exige cambiar los sueños. Nacemos en una cultura determinada, y en ella aprendimos valores y también prejuicios. Igualmente la contingencia histórica en que fuimos plantados puede ser causa de problemas y frustraciones. En fin, lo que nos hace particulares e irrepetibles son también nuestras varias limitaciones. El hombre ideal, sin limitaciones, no existe.
Jesús no vino para relacionarse con un hombre ideal, sino concretamente con cada uno de nosotros. Pese a todos los límites que tengamos, es con nosotros que él quiere tener una historia de amor y transformación. Por eso quien no se conoce y no se asume, quien no se acepta en lo que es –corporal, espiritual e históricamente– no puede empezar el discipulado con Jesús, no puede entrar en su escuela. “El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no es digno de mí”.
Recordamos que ser discípulos es ser un aprendiz, un alumno (ser apóstol es ser un enviado). Por lo tanto, abrazar su propia cruz es una exigencia para quien quiera ser un aprendiz de cristiano. En la escuela de Jesús no sirve estar con las mascaras, con maquillaje, con disfraces... Cada uno debe abrazar su cruz, debe abrazarse a si mismo, y colocarse en el camino de Jesús. Dios quiere salvar lo que realmente somos, quiere enseñarnos a ser felices aun con nuestras limitaciones, pero sus manos estarán atadas mientras nosotros no nos abracemos y nos presentemos delante de él.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino.