Por Ricardo Rivas
Corresponsal en Argentina
Twitter: @RtrivasRivas
Con fondo musical de cacerolas e imágenes de banderas agitándose en las puertas mismas de la Residencia Presidencial de Olivos, unos 20 Km al norte de esta capital en territorio bonaerense, Alberto Fernández inicia esta semana que, seguramente, será más complicada que la anterior. Con más de mil muertos por la pandemia de SARS-COV-2 y la prolongación del confinamiento que de la mal llamada cuarentena devenida en noventena, sabe –en carne propia– que el sentir aprobatorio de la calle muta en desaprobación y se aleja de su figura. Que “Alberto Fernández está en caída”, el anuncio que el viernes pasado, en exclusiva, recibió este corresponsal de boca de la analista Mariel Fornoni, directora de la consultora Management & Fit, se verificó en el terreno.
Pero, aunque no es irreversible, no deja de preocupar a los transitorios habitantes del poder que vieron una vez más, con el “banderazo” del sábado en las últimas horas de la tarde, que un segmento importante de la ciudadanía rechaza el avance del Poder Ejecutivo sobre la propiedad privada. La expropiación del complejo agro industrial Vicentin y el rechazo del presidente Alberto F –quien reiteradamente destaca su condición de abogado y hombre de derecho– a las decisiones judiciales sobre esa empresa familiar que se encuentra en convocatoria de acreedores, son señales muy claras a las que el mandatario debería dedicar sus próximas horas para retomar el liderazgo que había construido y consolidó durante la pandemia. Propios y extraños lo perciben.
De hecho, Ricardo Rouvier, un prestigioso académico y analista que con frecuencia es consultado por el kirchnerismo, cuando algunas banderas aún se agitaban y cientos de cacerolas todavía hacían ruido, lo expresó sin anestesia en las redes: “Sería un error no leerlo (el acto de protesta) como un hecho político significativo, siendo la primera pronunciación masiva opositora al gobierno”. Categorizó lo sucedido como “un claro pronunciamiento contra la injerencia del Estado en la economía, y en la defensa de la propiedad privada que es el corazón del sistema”.
En ese contexto y aunque desde una perspectiva crítica, Rouvier –en tono militante y cercano al Frente de Todos– interpela a la coalición de gobierno. Sostiene que lo sucedido “habla de nuestra desventaja en la construcción de pensamiento, y nos obliga a reflexionar sobre la importancia de la batalla cultural” en procura de superar “la subordinación, a principios y valores que no preservan lo comunitario, sino que reiteran la vieja opción liberal de Estado vs. el Individuo”.
El cuadro de la situación no es el mejor. Las tensiones crecen. En el sector del peronismo alejado de la coalición de gobierno las reuniones, los encuentros de dirigentes no tienen pausa. Especialmente en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Se buscan salidas para esta nueva crisis que muchos piensan que podría profundizar el derrumbe del partido que fundó Juan Domingo Perón. La dirigencia sindical, especialmente la de los gremios poderosos conocidos como “los gordos”, también está inquieta.
Con reserva estricta de sus identidades los unos y los otros aseguran que quieren “ayudar al Presidente”, que desean que “el gobierno tenga éxito”, pero metafóricamente justifican la prudencia que exhiben porque entienden que “uno va en burro, otro a caballo, pero atados. Alberto y Cristina pueden desbarrancarse”. En la última semana, aseguran todos los consultados, “empezamos a hablar con las oposiciones y con los gobernadores para buscar alternativas. Así, no podemos seguir. Es el camino equivocado”.