- Por Augusto dos Santos
- Columnista
Los hechos de corrupción localizados en el sector público, los privilegios en tiempos de excepción, las fórmulas para definir la propiedad de los cargos, todo eso hace que se acreciente la inseguridad cívica y política, aquella que debe regular la confianza de los ciudadanos en el funcionamiento de las instituciones democráticas.
No se trata de que el presidente del Congreso sea dueño de un prostíbulo o una fábrica de hostias, no es una cuestión moral, mucho menos se trata de seguir jugando el juego infantil sobre si las autoridades de Salud sabían o no sobre los hechos de corrupción; no, va mucho más allá, tiene que ver con la propia performance histórica de la política en Paraguay desde la transición hasta nuestros días.
Cuando una sociedad pierde la confianza en sus actores políticos aún le queda un recurso, esperar que el arbitraje de las instituciones funcione. Si querés hablar en vaqueros: si el pueblo está lleno de bandidos, se espera que por lo menos el sheriff tenga buena puntería. Pero cuando la sociedad política y los órganos que deben controlarla comparten el mismo carnaval, el proceso entra en una fase comprometedora.
Zitarrosa dice “cuidado que con cambiar un par de letras decepción se transforma en deserción”. Se trata de eso. Los pueblos se decepcionan puntualmente por hechos reprobables y luego genéricamente del proceso democrático, todo lo cual lleva a procesos de suicidio político como el que vivieron naciones que hoy sufren populismos corruptos o autoritarismos denigrantes, todo lo cual se puede encontrar en el mismo envase continental.
Los votantes confían. Tienden a confiar. Y no se trata de una confianza en personas precisamente, sino en liderazgos por el concepto mismo del liderazgo. No se trata de nombre sino de formas de gobierno que sean benéficos para su destino. El otro polo de la confianza es la decepción, y la decepción es exactamente proporcional al volumen de la confianza (“nunca pensé que ibas a engañarme” - frase clásica en el amor y en la política).
Por esto las autoridades deben ser conscientes de las capacidades de los pobladores de decepcionarse y obrar en consecuencia cortando con dureza los hechos de corrupción y los corruptos.
Mientras tanto siguen sin visibilizarse “las nuevas generaciones” que se reivindican desde el mítico discurso del Mcal. López hasta hoy sin mayores resultados, aún cuando la historia del Paraguay del siglo XX enseñó que colorados, liberales, febreristas, comunistas supieron tener unos pocos –unos pocos– referentes cuya probidad y grandeza siguen sosteniendo el edificio de la esperanza en la política.
Sigamos buscando. Ya llegará el día en que –por ejemplo– una parte del Congreso estará integrada por personas honestas. En serio. Aunque parezca un chiste para acabar este comentario con mejor humor.