Por Augusto dos Santos
Analista
Dicen los memoriosos que su canoa surcaba las aguas sin tocarlas, cubierta en la neblina húmeda de las alboradas, azotada por los rasguños histéricos de las marejadas de un diciembre tormentoso o deslizándose sobre el firme espejo del río inmóvil en las noches de luna. Don Bento y su canoa eran dos seres y una misma persona, indivisibles. Un relámpago sin luz que cruzaba el río.
Hacía el paso diario de Pilar a Colonia Cano, para el pacotilleo de sobrevivencia durante décadas hasta su muerte a principios de este siglo. También cultivaba pequeñas parcelas de agricultura de consumo en una islita del paso.
“Don Bento cultiva maíz y maní en la Isla Payaguá y cosecha puntualmente alpargatas y damajuanas de vino…” supo decir de él –con su vital ironía de poeta– don Óscar Ferreiro, un gran coterráneo que lo conoció y admiró.
Pero don Bento hacía algo más que eso. Se ocupaba de trasladar todos los días de Pilar al puerto argentino a decenas de estudiantes universitarios que por algún motivo perdieron la balsa y debían llegar a la Universidad del Noreste como diera lugar, porque algún compromiso no podía demorar. (Generaciones de jóvenes paraguayos se formaron en esta universidad, principalmente procedentes de Ñeembucú, Misiones y otras regiones.).
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Don Bento nunca aprendió a leer ni a escribir, pero su mirada aindiada, sus ojos rasgados, su piel morena de sol quemante supo supo ser testigo de centenares de universitarios que cruzaban el río mediante sus cultivados músculos de canoero y regresaban cada vez con más conocimientos hasta que un día se graduaban.
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No hay un solo monumento que recuerde a don Bento, ni lo habrá, porque los héroes simbólicos no interesan en una sociedad sin otra cultura que la obviedad.
Su historia vuelve en estos tiempos porque se trata de valorar el gesto pontífice, el hacedor de puentes, las personas que tienen el arte de unir una orilla, la incertidumbre, con otra, la certeza y enseña rumbos.
La sociedad en su conjunto o por lo menos en su gran mayoría, apenas se encuentra en la fase 0: enfrentarse con una crisis que nunca pensó tener, paralizante, humillante incluso; que congela y derrite sus planes de progreso económico, poniendo en pausa el concepto de prosperidad, tan simbólicamente presente en todo el imaginario de las nuevas generaciones.
¿Cuándo nos despojaremos de la crisis (por lo menos mentalmente) para mirar qué pasa en la otra orilla, la del mañana post covid –o si los hacedores del destino lo quieren– con el covid a cuestas? Pues para eso nos falta “don Bento”: gente que lidere el mundo recordándonos que lo más importante no es ahora sino ese camino que hay entre el ahora incierto y el futuro con claridad.
No hay que dudar en subir a esa barca. Lo otro es cerrar los ojos y dejar que la tormenta nos lleve como Dorothy y su perro Toto.