EL PODER DE LA CONCIENCIA

Muchas veces las personas jóvenes se pasan de revoluciones cuando aprietan el acelerador y ni siquiera saben hacia dónde van o cómo terminarán. Su entusiasmo es desbordante y a mí me consta porque, por ejemplo, tengo cinco seguidores fantasmas del rubro “secundario”, que cada día me ponen al tanto de sus actividades y luchas por la educación.

No los conozco y ellos a mí tampoco, pero es admirable el sistema de comunicación que lograron articular. En menos de cinco minutos desde quién sabe dónde llegan los reportes (todos copiados y todos con los mismos errores ortográficos) y fotos de la lucha.

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Hace unos días difundieron la victoria del voto censura contra Petta como si fuera una fiesta; sin embargo, poco hay que celebrar. El tema ahora no es la incompetencia, arrogancia o prepotencia de Petta, sino más bien el merecimiento de las hurras y vítores de los alumnos, quienes no se preguntan con sinceridad hacia dónde va su formación. Tampoco ven a los sindicatos titiriteros que desde siempre están acomodados y que los usan a ellos, así como a las remesas anteriores y próximas.

Con un pensamiento egoísta diría que a mí qué me importa de su formación, y sin embargo sí es algo a tener en cuenta, porque a la larga nos afectará a todos. Y mucho. De unos lustros a esta parte es evidente la decadencia absoluta del sistema educativo.

Los jóvenes enarbolan su derecho a la libertad y se valen de las redes sociales para desafiar a los mayores. Eso es algo natural en esa edad, cuando la persona quiere demostrase a sí misma y a los que la rodean los límites y alcances de su poder; sin embargo, ese poder es un acelerador sin freno.

En la actualidad, escribir mal es una moda generalizada a través de los medios sociales. Cuando un tecleador escribe de forma correcta, con tildes y comas en su sitio, es rápidamente “descubierto”: un viejo o un bicho raro.

Los jóvenes acortan las palabras, inventan términos y todo es muy “simpático”, pero esa simpatía disfraza la tremenda ignorancia en la que viven sumidos. Y lo peor es que ni siquiera se dan cuenta porque lo consideran normal.

Si supieran escribir y lo hicieran adrede de forma incorrecta sí sería simpático, pero como no saben escribir y en su arrogancia se creen sabios, la realidad es muy diferente. Asusta. ¿Quo vadis?

En este momento –en que el mundo está invadido por una pandemia mortal– Paraguay habrá de pasar a la fase 2 de la cuarentena inteligente invocando la majestad de la conciencia colectiva. Pero con educación como la que tenemos, la majestad no tiene alcurnia y sí muchos villanos.

Para entender mejor: hace tres días se me acabó el gas de la garrafa y tuve que salir de forma urgente a procurar el vital elemento. Salí de casa manejando con todos los cuidados y respetando las recomendaciones, con tapabocas, con los vidrios bajados para que circulara el viento.

A los pocos metros el semáforo me detuvo y un limpiavidrios –sin tapabocas– se acercó y a toda costa pretendía convencerme de que tenía que ayudarle porque la situación estaba muy difícil.

Su aliento me golpeaba la cara y tuve que cerrar la ventanilla, lo que hizo que el trabajador informal tomara una actitud hostil. Se enojó y comenzó un rosario de insultos.

Como en una película superpuesta, vi a esa persona que acababa de atentar contra mi vida con su actitud de libertino irresponsable y al mismo tiempo lo comparé con el entusiasmo ignorante de los secundarios... y los vi muy parecidos: los dos creen que tienen razón.

Al limpiavidrios solo le interesa que le den “una ayuda” porque es “pobre anga”, pero no se da cuenta de que obligatoriamente debe usar el tapabocas para no arriesgar su vida, la de su familia y menos de quienes pretende esa ayuda. Es un asesino en potencia y no se da cuenta. Solo se enoja porque “tiene derecho”.

Los jóvenes de mi época, además de estudiar el bachillerato tomaban cursos de informática e inglés “para prepararse para el futuro”. Sus pares de hoy no toman cursos y viven atrapados por la tecnología, rezongando y también se enojan porque “tienen derecho”.

Hoy no sé si el limpiavidrios estaba infectado. Tampoco sé cómo acabará la “fiesta” de la juventud, pero sospecho que vivimos ahogados en ignorancia y así pretendemos tener un futuro.

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