• POR DR. MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ (Dr Mime)

Continuando con los tips que comenzáramos el sábado pasado, extraídos de mi nuevo libro “Cerebra la educación” (en las librerías muy pronto), no podemos dejar de saber que para el cerebro, descubrir es una consigna inconscientemente impregnada en su funcionamiento. En el proceso de aprendizaje, la novedad es un elemento fundamental, indispensable e irrenunciable, ya que facilita el aprendizaje de una manera brutal.

El cerebro es muy curioso y lo nuevo siempre concita la atención y vuelca la voluntad hacia el deseo de saber. Los contenidos académicos abstractos, descontextualizados e irrelevantes hacen que la experiencia del aprendizaje sea aburrida y frustrante para el alumno, ya que la atención comienza una caída en picada violenta a los 10 minutos de clase y se pierde por completo luego de 15 minutos de vacío académico en forma y contenido, algo que mi gran amigo neurocirujano, neurocientífico y docente Roberto Rosler dio en llamar “una amplia desperdiciolandia cognitiva”.

Los alumnos tienen una tendencia natural a no querer reflexionar, pero son todos y sin excepción curiosos por naturaleza, y esa curiosidad activa a las emociones que al final llevan a la búsqueda del conocimiento, y finalmente, al aprendizaje. Estimular la curiosidad es el camino a sus cortezas prefrontales, como docentes no desactivemos nuestro GPS educativo. Y uno de los hechos que debemos aprender de esto es que en el proceso educativo no importa la recompensa, sino la sorpresa que conlleve esta, lo que traiga aparejado de la mano de manera absolutamente imprevista.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Yo soy enemigo de las estrellitas como premio al esfuerzo, soy más proclive a una recompensa inesperada, como el conferirle una responsabilidad diferente ante el grupo (liderar un grupo de lectura, sacar un chupetín del bolsillo, aunque no sean buenas las golosinas), o regalarle un pequeño libro o un presente sencillo hecho por el docente que signifique más que una distinción como una medalla, y sea algo más personal, como “una parte” del propio maestro. Y tomar en cuenta este tip: siempre es mejor aprovechar los primeros minutos de la clase, cuando la atención aún no ha entrado en picada, para transmitir los contenidos más relevantes, para luego dividir la clase en segmentos de 15 minutos, entre los cuales el docente pueda recurrir a elementos sensoriales, como el movimiento, una actuación que implique un remedo gestual, o algún recurso que estimule los sentidos, como el cambio del timbre de voz, el cual, está demostrado, actúa como un gancho de atracción muy poderoso para llamar la atención de los alumnos.

Por otro lado, siempre se ha dicho que la práctica hace al maestro, aunque en realidad construye al alumno. Y es que el cerebro conecta la nueva información con la ya conocida, por lo que aprendemos mejor y más rápidamente cuando relacionamos la información novedosa con los conocimientos ya adquiridos, porque entrelaza los circuitos neuronales de la corteza en donde hubo almacenado el conocimiento, con otros circuitos que contienen información diferente, pero relacionada con la primera. De esta manera, se hace más sencilla la evocación del contenido posteriormente, y se refuerza la fijación del concepto que se desea aprender.

Es la base funcional del llamado “aprendizaje por asociación”. Para optimizar el aprendizaje, el cerebro necesita la repetición de todo aquello que tiene que asimilar y lo realiza mediante la adquisición de toda una serie de automatismos, siendo esta la forma en la que memorizamos. Pero, esto necesariamente requiere tiempo. La automatización de los procesos mentales hace que se consuma poco espacio de la memoria de trabajo (asociada a la corteza prefrontal, sede de las funciones ejecutivas) y sabemos que los alumnos que tienen más espacio en la memoria de trabajo están más dotados para reflexionar. Sin embargo, es aquí donde nos encontramos con que la repetición o la memorización muchas veces puede ser aburrida, por lo que los docentes hemos de ayudar a adquirir y mejorar las competencias necesarias según la práctica.

Por ejemplo, la práctica continua de cálculos aritméticos y la memorización de la tabla de multiplicar es imprescindible en la resolución de muchos problemas matemáticos o el conocer de memoria las reglas ortográficas es imprescindible para escribir con corrección. El problema reside en que muchas veces la práctica intensiva puede resultar aburrida, por lo que sería aconsejable espaciar la práctica en el tiempo y variarla con otras actividades. Esta es una de las razones por las que siempre estoy en contra de los contenidos programáticos, ya que en vez de ser lineales deberían ser “en espiral”, es decir, en forma progresiva en el tiempo, prolongado con un eje principal y subsidiarios cognitivos basados en el mismo con buen margen de tiempo para la práctica, no encajonados en una serie de objetivos cognitivos a conseguir entre dos fechas.

Otra frase cliché en la enseñanza es la de “aprender jugando”. Y es más que eso, porque el juego constituye un mecanismo natural arraigado genéticamente que despierta la curiosidad, es placentero y permite descubrir destrezas útiles para desenvolvernos en el mundo. Los mecanismos cerebrales innatos del niño le permiten, a los pocos meses de edad, aprender jugando; que lo comentaremos en la próxima entrega.

No les canso más por hoy, ¿se animan a seguir DE LA CABEZA un sábado más con tips neuroeducativos? ¡Nos vemos en una semana!



Déjanos tus comentarios en Voiz