• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Los apocalípticos advierten que esta cuarentena es la primera fase para sondear las chances de un retorno de los regímenes autoritarios. Al menos, en los países con democracias débiles. Los moderados creen que el intercambio temporal de libertad por seguridad social es una concesión necesaria. Una concesión que podría resultar peligrosa si su duración no avizora un límite razonable. La Iglesia Católica paraguaya es aún más rotunda: “Nos estamos sometiendo, por miedo, a un sistema totalitario”. Y exhorta a volver, cuanto antes, al imperio de la Constitución Nacional.

Los nostálgicos suspiran con añoranza por aquellos tiempos grises de la mano firme y decisiones valientes para evitar que la patria sea devorada por el caos y la anarquía. Considero innecesario el entrecomillado de esta última frase, porque hace más real y cruda la visión ciega de quienes creen en las muertes justificadas para preservar el orden.

En otro extremo, la actitud negacionista de algunos políticos sobre el verdadero efecto del coronavirus, alentando a la población a retornar a una vida normal, desafiando las recomendaciones científicas y a las instituciones de su propio país, es una clara manifestación de autoritarismo, esa expresión sociopolítica más dulcificada de las dictaduras (Cebrián, 1980). Entre los escépticos más radicales se encuentra el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien no dudó en destituir al ministro de Salud de su gobierno por contradecirlo en cuanto a la importancia de las medidas de contención. En el norte, Donald Trump se pasa cambiando de estrategia conforme soplan los vientos electorales de noviembre de este año. Su manejo de la crisis fue calificado, mínimamente, como caótico.

La tentación del poder absoluto siempre está a flor de piel de los gobernantes. Tanto de los que nos encierran en cuarentena o la desafían. Tampoco es la primera vez –ni será la última, porque todos los eventos son cíclicos– que se emite una alerta por la posibilidad del regreso de las dictaduras. Anteriormente, por el fracaso de la democracia para combatir la pobreza y la corrupción; hoy, con el argumento de que la prolongación de las libertades cercenadas puede tener un efecto anestésico y de aborregamiento en la gente.

A todas estas reflexiones hay que incorporar un elemento clave: la muchedumbre padeciendo hambre. Una palabra temida que ya está en letras impresas. Creo que esta crisis puede fortalecer las democracias porque, cuando los estómagos rugen, las calles tiemblan.

En última instancia, los países que hoy luchan por su libertad nos enseñarán a defender la nuestra. A los antojos autoritarios, en cualquiera de sus expresiones, sabremos responder, en palabras de don Federico Mayor, con insumisión pacífica, rebeldía cívica y conjura ética.

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