En el texto “El caminante y su sombra”, de Friedrich Nietzsche (1844-1900), filólogo, filósofo y poeta alemán, la voz interior se hace presente a través del diálogo entre ambos; hay un llamado a pensar, a repensar los temas que el autor aborda al escribir. Es el pensamiento del tiempo, de aquel que fue testigo de la publicación del escrito, allá por el año 1879 y de este, que ahora convive con una pandemia.

El caminante se descubre poco cortés hacia su sombra y al hacerlo le expresa su aprecio, y lo manifiesta a su manera: “… mi querida sombra: todavía no he dicho una sola palabra sobre lo mucho que me alegro de oírte y no meramente verte. Sabrás que amo la sombra tanto como a la luz. Para que haya belleza del rostro, claridad del habla, bondad y firmeza de carácter, la sombra es tan necesaria como la luz. No son antagonistas: más bien se tienen amorosamente de las manos, cuando la luz desaparece, la sombre escapa tras ella”.

En el acto de reflexionar se hace presente ese vínculo interior de las luces y las sombras. Hay compañías que guían al caminante, ante las incertidumbres y las adversidades, observar en qué se sostiene la propia existencia es una puesta desafiante para descubrirse a sí mismo, esto también puede aplicarse en términos sociales. En el devenir de los acontecimientos se desvelan las identidades de los involucrados, así cada uno es lo que es, simplemente eso. En el pensamiento del caminante vivir sencillamente implica el menester de reflexionar constantemente, por lo tanto, en donde se promueve la generación del pensar, se estimula la capacidad de identificar lo concreto, lo simple, lo que es.

Nietzsche apela a la superación de los tiempos oscuros, a esos que enmarca metafóricamente “… en donde el sol permanece todo el día por debajo del horizonte…” y desafía a los pensadores, para los que “… ha desaparecido el sol del futuro de la humanidad”. El sol sigue su paso, sus rayos son fenomenales, su grandeza es inclusiva y cobijante. El sol es un corazón, es un testimonio de superación, es quien trabaja; es el brillo que luce en cada vida. Ese es el sol, es el presente de la humanidad.

Este presente del sol irradia desafíos en el camino, es un trecho que no conoce, que requiere precaución, prevención, atención, paciencia y convicción en sus valores. La humanidad vive ante una prueba que la hace fuerte, es que al saberse vulnerable, se empeña en volver a aprender, en volver a empezar, en volver a ayudar y en volver a soñar. Y lo está haciendo, lo está viviendo.

La sombra toma la palabra y dice lo que cree: “… amo a los hombres porque son discípulos de la luz, y me deleita el brillo de sus ojos cuando conocen y descubren, infatigables conocedores y descubridores. Esa sombra que todas las cosas muestran cuando la luz solar del conocimiento cae sobre ellas, esa sombra soy yo también”, es el legado de la sabiduría del maestro Friedrich.

Los ojos de la ciudadanía del mundo tienen una nueva oportunidad para reconocer y redescubrir lo que les hace bien, lo que es necesario, lo que les genera alegría, calma y luz. En el material de lectura citado, Nietzsche dejó sentado lo que denominó como los dos principios de la vida nueva, los mismos se constituyen en una propuesta para ser considerada, dada las circunstancias en donde la sombra, como al inicio del diálogo con el caminante, requiere ser vista y oída: “Primer principio: hay que asentar la vida en lo más seguro, en lo más demostrable; no, como hasta ahora, en lo más lejano, en lo más indeterminable, en lo más nebuloso del horizonte. Segundo principio: hay que establecer la sucesión de lo más próximo y de lo próximo, de lo seguro y de lo menos seguro, antes de organizar uno su vida y darle un rumbo definitivo”.

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