DESDE MI MUNDO
- Por Carlos Mariano Nin.
- Columnista
Fue un cambio rápido, tan rápido que no nos dimos cuenta, o al menos no tuvimos tiempo de pensarlo. Para quienes tenemos más de 50 años fue un cambio brusco, desconcertante, pero al que nos adaptamos como el mundo se va adaptando a nuestras propias necesidades.
Y es que la tecnología cambió las relaciones interpersonales. Hoy tenemos cientos de amigos, que en verdad no conocemos, pero con los que nos hablamos casi todos los días y hasta compartimos alguna que otra situación de nuestras vidas.
Sin dudas, el 2020 pasará a la historia como el año en que la tecnología se hizo imprescindible, tan imprescindible que cobró vida, incluso al momento de decir adiós. Sí. Miles de personas internadas por coronavirus en los países que más explosión tuvieron el virus pudieron ver a sus familiares minutos antes de morir para despedirse en una videollamada.
No fue lo único. La tecnología nos está permitiendo cosas impensables, ¿quién no había soñado con ir al colegio sin levantarse de la cama?, ¿y una videoconferencia de trabajo, con más de 10 personas sin una interferencia? ¿O sesiones virtuales del Congreso?
En la lucha para contener el avance de la pandemia del Covid-19 un grupo de científicos recurrió al ordenador más poderoso e inteligente del mundo, que en la actualidad es la supercomputadora Summit de IBM, para realizar simulaciones a velocidades sin precedentes. Fue el punto de inflexión de un futuro que nos alcanzó demasiado pronto.
En Paraguay o en Italia. De China a Singapur, Sudáfrica o República Dominicana, internet nos une y nosotros hacemos el resto. En las buenas y en las malas. Las plataformas virtuales para absolutamente todo nos llegaron como un tsunami que nos dio apenas tiempo.
Pero en el fondo estamos solos. El mundo se achicó, pero crecieron nuestras distancias emocionales. Se estima que en este 2020 un total de 5.190 millones son usuarios de teléfonos inteligentes, el acceso a internet se estima en 4.540 millones y los usuarios de redes sociales se estiman en 3.800 millones de personas.
Hoy un aparato maneja nuestra vida. Un teléfono es suficiente para no sentirnos lejos. Una computadora puede hacer el trabajo a distancia, una tablet es más que necesaria para hacer una tarea, y así.
Para inicios del año 2000 era casi impensable que llegásemos a la capacidad de recibir información en tiempo real, mantener un chat con clientes o emplear teleconferencias como una forma eficiente de trabajo en equipo, pero hoy son una realidad.
Y los tiempos siguen cambiando vertiginosamente, tanto que no nos damos cuenta de las cosas que vamos perdiendo. Ahora mandar un mensaje es más cómodo que decirnos las cosas mirándonos a los ojos. Cambiamos una sonrisa por una carita feliz, o lagrimas por un emoticón. Pero así son los tiempos. Todo cambia, todo se transforma.
Es bueno que la tecnología influya en nuestras vidas, nos hace todo más fácil, pero hacernos dependientes de ella afecta a nuestros sentimientos, nos va convirtiendo poco a poco en figuritas detrás del teléfono o la computadora.
Y esta cuarentena, que en nuestro país dura ya más de 60 días, nos demostró que no hay nada más lindo que estar juntos mirándonos frente a frente, darnos un fuerte abrazo, tomarnos las manos o decirnos estando juntos lo que sentimos en el corazón.
El aislamiento nos demostró también que la tecnología usada con responsabilidad y prudencia es nuestra aliada. Pero que no hay nada más lindo que el contacto de persona a persona y en familia. Son cosas que seguiremos extrañando. El mundo volvió a cambiar y nosotros con él. Pero esa es otra historia.