- Por Eduardo “Pipó” Dios
La educación es, probablemente, una de las deudas históricas más importantes del Estado con la ciudadanía.
Relegada por años en épocas de la dictadura de Stroessner simplemente a enseñar a sumar y restar, leer lo poco que ellos creían conveniente para no corromper el pensamiento de la juventud estudiosa y meter manos en los fondos destinados para repartirlos entre los leales al régimen en forma de “x cantidad de rubros de maestra” para premiar la lealtad.
Mantener sumida en la ignorancia a gran parte de la población es un método más barato que tener que lavarles el cerebro como hacen otros sistemas totalitarios más “sofisticados”.
En esta interminable transición desde 1989 se hicieron varios intentos, todos fallidos por culpa de la politización, por considerar que el Ministerio de Educación es una especie de rampa de lanzamiento político del ministro que accede. Por su gran alcance nacional y por su tamaño en lo que respecta a presupuesto y recursos humanos. Por ello, se termina siempre en el fracaso, ya sea por las aspiraciones personales del ministro o de alguno que lo rodea, o de los que quieren tumbar al ministro para ser ellos los que usen el cargo para el mismo efecto.
Si nos ponemos a sumar los miles de millones de dólares que se han gastado en reformas, algunas bien hechas, pero no terminadas justamente por temas de egoísmo político, y otras simplemente hechas mal a propósito con el fin de comerse el dinero o gastarlo en política, que al final es lo mismo.
Hoy nos toca tenerlo al impresentable Petta desde el 2018 sentado en el trono cual emperador romano de historieta, con sus salidas estúpidas, su necedad a prueba de balas, sus mentiras descaradas, sus celos de todos los que lo rodean o intentan asesorarlo para bien, su ambición política desmedida, su necesidad patológica de figurar y, por sobre todo, su desconocimiento absoluto del problema educativo nacional, que ya lo tenían al borde del KO antes de la pandemia, en un año que presagiaban huelgas docentes, tomas de colegio y reclamos de todo tipo en su contra.
Digamos que el Covid lo salvó y nos terminó de condenar a todos, hoy estamos en el peor momento, lejos, sin educación, con un ministro totalmente encerrado en sí mismo y sus estúpidas ideas y planes sin el menor sentido, sin el menor rigor pedagógico y sin aceptar consejos ni sugerencias que lo contradigan. Un enano dictador con el aspecto físico similar quizás a Napoleón, pero sin ningún rastro de la brillantez estratégica y la inteligencia del famoso Corso. Más bien parece que del Corso lo más cerca que estuvo fue del de su natal Encarnación.
Urge relevarlo del cargo y mandarlo bien atadito a su casa a no molestar a nadie por un par de años al menos, Sr. Presidente. Quizás una embajada bien lejos, donde no haya interés en una relación exitosa con dicho país podría ser una solución para este problema que nos enchufó en su gabinete. Urge poner a gente del sector educativo que haga frente en serio a la hecatombe educativa que estamos viviendo y que será, sin duda, cada vez peor. No hay tiempo, eso que tanto le gusta a usted tomarse para pensar y pensar y pensar los cambios. Deje de jugar al ajedrez político sin reloj al menos en este tema y proceda como un capitán de barco en medio de una tormenta.