• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • (Periodista, docente y político).

Encuadrada dentro de la categoría de cine catástrofe, muy popular en las décadas de los setenta y ochenta, la película era un alegato en contra de la inacabable tensión que vivía el mundo por una guerra fría permanentemente calentada por cíclicos conflictos a causa de predominios en territorio ajeno y constituía, también, una advertencia sobre la locura de apretar el botón, sin importar quién lo hiciera primero.

La acción gira alrededor de dos ciudades de los Estados Unidos: Lawrence (Kansas) y Kansas City. Varias historias se cruzan en la cotidianeidad de una vida solo agitada por los desencuentros propios de la normalidad. Mientras, en Europa, la Alemania dividida era el punto de una pulseada criminal.

En las granjas ubicadas en los alrededores de Lawrence y Kansas City no todos los silos contenían granos. Los habitantes de las dos ciudades miran extrañados las blancas estelas en el cielo, clara señal de que el ataque a la Unión Soviética había empezado. Tardarán media hora en llegar, razona uno de los protagonistas. El tiempo que tardarán en alcanzarnos, le responde su compañero.

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En las siguientes escenas dos llamaradas gigantescas, que van asumiendo las formas de un hongo, decretan la destrucción masiva instantánea; los sobrevivientes se sumarían a las víctimas de las lluvias radiactivas. “El día después”, así se titula el filme, nos muestra el presente desde el pasado. El ataque del coronavirus no alcanza el impacto de una guerra nuclear pero las escenas son muy parecidas a nivel global. Hospitales desbordados en su capacidad, médicos agotados y sin insumos; miles de muertos enterrados en el anonimato; la ayuda del Gobierno que es insuficiente y gente pasando hambre.

La magia de la plataforma digital me permitió volver a verla. Y, como siempre ocurre, descubrí mensajes que antes no había percibido. La moraleja está al principio del filme. Niños cantando en las escuelas o paseándose en bicicletas en las plazas, familias jugando en los parques, una majestuosa fuente de agua que, por cotidiana, ya pasa inadvertida… Luego, todo se esfumó. Y empezó la desesperante, dolorosa y hasta violenta, lucha por la supervivencia.

Nuestro “día después” no será como lo dibujaron los voceros del Gobierno al inicio de la pandemia. No significará el final abrupto de un ciclo y el comienzo de otro. No habrá un rápido retorno a la normalidad, tal como la conocíamos, más allá de las optimistas especulaciones político-filosóficas de que “ya nada será igual”. Este “día después” tiene predicciones de proceso largo de transición, con un horizonte marcado por la incertidumbre. Y por el aumento de la pobreza.

Nos queda la esperanza de seguir cuidándonos unos a otros, solidariamente. Que haya una voz que responda cuando, desde la oscuridad, se escuche la pregunta: ¿Hay alguien ahí?

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