EL PODER DE LA CONCIENCIA

Antes, cuando no había pandemia ni riesgo de contagios ni cuarentena y se podía salir libremente, iba por la calle y me fijaba en el rostro de la gente que pasaba a mi lado. Como un juego, a veces trataba de adivinar su edad o qué atrocidad sería capaz de cometer esa persona.

Con el tiempo descubrí que solo con ver la cara era imposible encontrar ese tipo de respuestas. La edad tiene como gran aliada a la cosmética, es decir, desde que se inventó el maquillaje, las bases, los labiales, las sombras, pelucas, pestañas postizas y no sé cuantas otras cosas, el aspecto de una persona cambia completamente y ni si tuviéramos su cédula en la mano creeríamos su edad.

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En cuanto a las tendencias, cuando niño estaba seguro de que las personas poco agraciadas eran las malas, pero lentamente comprendí que las lindas también eran capaces de cometer actos innombrables. A veces, la diferencia era tan sutil, que una bella sonrisa en el fondo podía esconder una silenciosa carcajada de locura, o por el contrario, un vozarrón mimetizaba un mensaje de miedo.

Pasaron muchos años, décadas, y sigo tratando de adivinar hasta qué puede atrevese el ser humano. En estos últimos días, a esa duda se le agregó otra: ¡el por qué!

Y es que ahora, encerradas en la casa, las personas comienzan a denotar conductas “singulares”, por no decir anormales. Por ejemplo, aumentó la violencia intrafamiliar. ¿Por qué? ¿Por nerviosismo al no poder salir? Esa no es una excusa ni una respuesta coherente.

Con el anterior modo de vida, antes de la pandemia, los miembros de las sociedades vivían de manera acelerada y nunca tenían tiempo para la familia. Y ahora que están con la familia, es como que se sienten cómodos poco tiempo y luego buscan otro “pasatiempo”.

La COVID-19 nos recordó también que el ser humano tiene otro tipo de reacciones incomprensibles. Tal vez explicables, pero ni justificables y menos entendibles.

¿Por qué una persona burlaría la cuarentena y arriesgaría su vida y la de su propia familia? ¿Por ignorancia? ¿Por qué alguien ocultaría el hecho de estar infectado y seguiría su vida normal contagiando a los que lo rodean? ¿Por negación de la realidad, tratando de mentirse a sí mismo y creer que todo sigue igual y que no pasa nada?

Una de las conductas que menos entiendo es la que leí hace poco en una noticia proveniente de España. Relataba sobre los vecinos que pretendían expulsar de un edificio a una familia de médicos que atendían pacientes con coronavirus en el hospital local. La razón por la que los querían echar era porque consideraban peligrosa la presencia de los médicos en la vivienda.

Y pensar que en nuestro país hay -hasta ahora- 29 trabajadores de blanco positivos de Covid-19 y según los entendidos, otros 400 estarían de cuarentena, lejos de su propia familia, arriesgando su vida por sus pacientes.

Una reacción egoista similar, pero más contundente, que se vio acá, en Paraguay, cuando unos vecinos prendieron fuego a la casa de unos supuestos enfermos de coronavirus, como una forma de obligarlos a abandonar el barrio.

Este tipo de escenas solo se veían en las películas sobre la Inquisición o en esas antiguas en las que todo un pueblo salía con antorchas para buscar al vampiro y quemarlo en su castillo.

Pero si todo esto parece mucho, lo “demasiado” ocurrió aquí hace unos días, cuando todo un pueblo cerró el cementerio para que no sea enterrado allí un fallecido del que sospechaban que había muerto a causa del coronavirus.

Los familiares y autoridades intentaron enterrar al difunto en otro camposanto, pero nuevamente la turba se opuso. Finalmente el cadáver fue llevado a “descansar” en la morgue hasta que los de la sanidad presenten el resultado de la prueba de Covid-19.


Esta pandemia está haciendo que gente normal, humilde y buena, comúnmente calificada de “trabajadora” estalle con pólvora de ignorancia y miedo irracional. Si cualquiera de nosotros mirásemos su rostro jamás creeríamos que serían capaces de hacer semejante aberración.

La salud mental no está bien. Y apenas van las primeras semanas. Me pregunto cómo reaccionarán cuando las ayudas de Ñangareko y Pytyvô acaben y no se reinicien las actividades laborales, con despidos, con hambre, viendo a los avivados intentar meterse una tajada de dólares en el bolsillo.

La campaña Quedate en casa no contempla la furia de la población, cansada de tanta injusticia y corrupción. Y sin embargo, otro escenario peor es posible si no se encuentra el equilibrio entre salud y trabajo y se produce un rebrote luego de la larga cuarentena. Como ocurre en China y más en Japón y como posiblemente suceda en EEUU con Trump alegando que ya llegaron al “pico” con 4.500 muertos por día y que es hora de la reactivación.

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