- Por Augusto dos Santos
- Periodista
Sobreviviremos a esta racha sombría que nos arregló la historia con un rotundo cambio de escenario. Pero para tratar de imaginarlo es fundamental tener una lectura realista de los tiempos que se vienen. Sin esa lectura no asumiremos nuestra imperativa necesidad de recrearnos.
En Europa afirman que el 2020 es, definitivamente, un año perdido para la economía; la banca está golpeada, la industria aeronáutica por el suelo, el sector hotelero se arrastra, la construcción reducida a lo mínimo, la industria textil y otras cerradas. En Estados Unidos enfocan desde el plano de una declinación de la enfermedad y lo ubican entre julio y agosto. Reflexiones que se dan en el mundo de la realización cinematográfica y televisiva asumen que el cierre de salas y diversas formas de reunión de personas vinculada a espectáculos reducirá la producción para su entrega en los hogares. Los diarios, en su forma papel, luchan por subscribir, como una última apuesta, dolientes ya como vienen a consecuencia de la declinación de este soporte.
Y apenas estamos hablando de los hechos. Las consecuencias son aún difusas en su proporción, como una niebla que cubre el mar e impide ver la dimensión de la flota enemiga. Pero hay una sola certeza: ellas serán de una proporción imposible de administrar en las condiciones actuales.
El panorama será sombrío para la economía y es importante que empresarios, trabajadores, observadores sociales, analistas políticos, comentaristas económicos empiecen a debatir mucho más el futuro, al tiempo en que nos ofrecen sus reportes sobre el duro presente. Todos ellos también tendrían que poner en la mesa los datos sobre la rispidez del futuro, la necesidad de reinventarse, la caída de las ganancias, en muchas ocasiones, la caída de los empates, la suprema necesidad que una porción cada vez mayor de ciudadanos opten por ideas de independencia laboral y, por sobre todo, la responsabilidad conjunta de aprontar un diagnóstico severo sobre el futuro.
El desempleo será la segunda oleada de la peste que hoy se traduce en enfermedad física y el incremento de la pobreza sucederá por arrastre en esa misma ola; Cepal predice que en América Latina tendremos entre 14 y 22 millones de NUEVOS pobres.
Ante este panorama es imprescindible que universidades, académicos, estudiosos en general, apliquen la misma intensidad con que hoy se plantean para apoyar la barrera sanitaria y también la sobrevivencia de los enfermos en las mejores ideas para el otro respirador que será imprescindible: el económico-social.
Para que el futuro no sea un caos, necesitamos mucha lucidez. Para lograr lucidez requerimos, en primer lugar, nuevos liderazgos, fumigar la mala política, bajar de su pedestal a los privilegiados con sueldos de primer mundo en un Estado de tercero. Esa lucidez que deberá explicar cómo seguir adelante o por lo menos cómo sobrevivir para un arco tan grande que incluye a pobres extremos, pasa por personas ubicadas en los albores de la pobreza, la clase media y llega a los pudientes “extremos”.
“Tengo sospechas de que no podré seguir pagando el mismo colegio a mis hijos después de una tormenta”, escuché decir en una entrevista de televisión a alguien. Esto multiplicado por mil situaciones nos requiere despiertos; en puntas de pie, tratando de ver lo más lejos que se pueda, para que el día siguiente no sea tan sombrío como el actual. Reconstruyéndonos para asumir el nuevo tiempo.
Esta es la vez en la historia en la que necesitamos crear una nueva generación integrada por todas las generaciones (intergeneración) que se adapten a las nuevas condiciones: “los covidials”. Ricos, medios y pobres, grandes y chicos, rusos y filipinos, que sepan hallar dónde está el camino. Fuerza con esto, no queda otra que ponernos a hacer planes mientras dura la tormenta. Después puede ser tarde.