• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina
  • Twitter: @RtrivasRivas

El mundo del COVID-19, del Coronavirus, se debate entre el Premio Nobel de Química 1977, Ilya Prigogine, al que se considera padre de la Teoría del Caos y, las advertencias de Ulrich Beck, en 2007, con su obra “La sociedad del riesgo mundial. En busca de la seguridad perdida”.

La teoría del caos –emergente de las matemáticas, la economía, meteorología, la física, entre muchas otras- hace foco en algunos sistemas dinámicos complejos, carecientes de linealidad y extremadamente sensibles cuando se modifican sus condiciones iniciales. Prigogine, verifica que esas eventuales pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden arrojar como resultado enormes diferencias en el futuro comportamiento de esos sistemas, lo que no permite determinar cómo habrá de evolucionar más allá del rigor determinista que poseen a partir de sus condiciones iniciales. Contundente.

Beck, por su parte, en 1986 –poco después de la inimaginable tragedia de Chernóbil- analizó el modelo epocal y, para hacerlo, puso en el centro de su pensamiento analítico el miedo, compañero de ruta de los humanos, al que considera como una suerte de dictador que podría destruir o construir los tiempos que corren. Creyente en los lenguajes como una forma concreta de extravertir el pensamiento social, Beck entrevió por entonces que era posible que se configurara una “realpolitik cosmopolita” que, además, modificara completamente el discurso político –el que se aplica para la discusión de la cosa pública- que tendría nueva plataforma.

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La Aldea Global ha cambiado como consecuencia del Coronavirus. Desde algunos días atrás circula en América con los resultados que –hasta el momento- todos conocemos. Aquí, la pandemia modificó sustancialmente las prioridades sociales y políticas. Las preocupaciones desde más de cuatro décadas -economía, default, desempleo, inflación, salarios deprimidos, por nombrar sólo algunas- quedaron atrás.

En el primer lugar se ubica la seguridad sanitaria. Razonablemente, el riesgo de perder la vida ante un virus global para el que no se producen antídotos reavivó la diferencia entre lo urgente y lo importante. Los casos se multiplican. Los actores públicos evidencian no saber qué hacer. En la mañana de ayer, el presidente, luego de sostener que “estamos mejor que Italia y España” admitió que “analizamos la posibilidad de hacer un corte en algún momento, que la gente pueda quedarse en su casa y así evitar la circulación del virus. Estamos buscando el momento". Todo es prueba error.

Los medios, por su parte, se debaten entre ganar audiencias o cliques a cualquier precio –incluido el amarillismo- o, sencillamente, informar o mediar entre el poder y la calle para calmar a la población. Los agentes de Migraciones verifican en hoteles y domicilios particulares que quienes regresaron al país en las últimas dos semanas cumplan con el aislamiento. Las fronteras están cerradas para quienes arriben desde países afectados. Argentina tiene 237 pasos fronterizos con control oficial. Desde el pasado viernes, en Puerto Iguazú, la severidad migratoria es visible. La ministra de Seguridad, Sabrina Frederic y su homólogo del Interior, Wado de Pedro estuvieron en ese lugar cercano a Ciudad del Este, Paraguay, porque “por aquí pasan 11 millones de personas por año”.

El presidente Alberto F. lo dijo claramente: “Seremos muy estrictos en el monitoreo de los movimientos de personas en nuestras fronteras”. Las fuerzas de seguridad detienen a quienes incumplen la cuarentena. Los hiper y supermercados en los principales centros urbanos argentinos son arrasados por quienes aún tienen poder adquisitivo. El objetivo de muchos es conseguir papel higiénico, alcohol en gel, desinfectantes en aerosol y líquido. Desde alguna perspectiva podría comprenderse, pero también acopian alimentos. Temor al desabastecimiento. Precios disparados.

En el momento del cierre de la presente columna todo indica que el gobierno del presidente Alberto Fernández –reunido desde las 17 horas con un grupo de expertos en educación en la Casa Rosada- se apresta a suspender las clases en todos los niveles del sistema educativo. Inevitable, en numerosas provincias y en cientos de municipios, los jefes políticos ya lo dispusieron.

Se suma a la pandemia, como problema, que en las escuelas, millones de niñas y niños concurren cada día para comer. El 50% de ellos, en los segmentos sociales más vulnerables, son pobres y están hambrientos. Las universidades –públicas y privadas- reconfiguran el trabajo áulico para continuar las actividades en los campus virtuales. El clima social no es el mejor. Jabón, alcohol y cuarentena, tres recursos protectivos frente al virus, ya se utilizaban unos 3 mil años atrás. Árabes y sumerios también padecieron pestes.

La cuarentena, como palabra, significado y origen, deviene de los 40 días que la tradición católica asegura que Jesús pasó en el desierto acosado por Satanás. No hay evidencias aún de que los avances científicos que tanto deslumbran en múltiples campos por fuera de la salud, existan y sean eficientes en esta emergencia. ¿Sólo en la Argentina sucede? No.

El jefe de Internacionales del diario Clarín, Marcelo Cantelmi, sostiene: “Esta enfermedad ha desnudado la precariedad y hasta frivolidad de las direcciones políticas mundiales” porque, en su opinión, se constata “que en muchas fronteras, tanto por el fervor ultraliberal o el extravío populista, se han destruido las herramientas de salud pública que ahora serían clave para contener la amenaza”. La idea del bien común debería dejar de ser sólo un recurso discursivo de campaña permanente.

Etiquetas: #COVID-19

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