EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexnoguera230@gmail.com
Cuando surgió la información acerca de un nuevo virus en Wuhan, en diciembre último, era una anécdota más, como el Ébola que solo mataba gente en África, o el H1N1, o la gripe aviar o la porcina, que eran enfermedades de los noticieros, pero nunca llegaban a Paraguay.
Las imágenes que llegaban desde el exterior –exterior muuuy lejano– eran desgarradoras, con personas que sangraban por todos lados y morían en pocas horas. La sensación de miedo era opacada por la curiosidad, sobre todo porque esas enfermedades causaban estragos en otras galaxias, no en Asunción, la capital del universo.
Y así desfilaban por la pantalla de la TV y de las redes sociales y por las páginas de los periódicos escenas dantescas de sacrificio de miles de animales, con grandes maquinarias que cavaban fosas comunes para enterrar cuerpos apilados de cerdos o gallinas sobre los que se rociaba un polvo blanco como tratamiento antiviral.
Las imágenes de chinos con tapabocas se hizo costumbre. En principio eran los médicos, luego médicos y enfermos, pero finalmente esa forma de prevención se generalizó y de pronto todos los chinos deambularon de aquí para allá ocultando su rostro a las enfermedades. Hasta los niños.
Por eso cuando surgió el COVID-19, el mundo pensó que sería otro capítulo de la novela, que “daría gusto” ver y ser testigos del guión repetido, quizá con algún detalle inventado por los creativos de Hollywood para hacerla más interesante, total esos dramas nunca llegaban a este planeta.
Resulta que el monstruo logró escapar de Wuhan y ya se metió sigilosamente en casi 50 países, causando el pánico entre los ciudadanos. Ya no fueron los chinos los que utilizaban tapabocas, sino gente en Corea del Sur, en Japón, en Taiwán, en Tailandia, todos de esa parte del mundo, cercana al foco de inicio.
Más rápidamente de lo previsto, el nuevo coronavirus saltó a Oriente Medio y comenzó a hacer estragos en países como Irán. Pero no se detuvo y también entró en Estados Unidos, en Italia, en España sin que las autoridades sanitarias pudieran contener la pandemia a pesar de los protocolos.
Nada fue suficiente. El virus tenía superpoderes. Más que mortífero, su habilidad es pasar inadvertido hasta que es demasiado tarde, porque un individuo contagiado parece “sano”, pero silenciosamente sigue contagiando a los que lo rodean.
Y llegó a Brasil. El hombre de 61 años fue el primer triste héroe que perdió la vida en Latinoamérica, que se sentía segura debido al clima, ya que a ese enemigo no le gusta temperaturas superiores a 26 grados.
Ante este panorama, la crisis está por estallar de este lado de la pantalla. Varias son las causas. La primera, que la enfermedad atravesó la galaxia y aterrizó su nave en la frontera.
Segunda, que a pesar de que las autoridades sanitarias anuncian un escáner térmico en el aeropuerto, el peligro ahora no viene solo por avión, sino en buses. Ellas están conscientes de la gravedad de la situación y comenzaron a controlar el tráfico internacional terrestre, en la terminal de ómnibus. De poco servirán los carteles, las planillas. Al virus no le interesan esas cosas.
Tercera, el clima está comenzando a cambiar. Las altas temperaturas están cediendo y los días más agradables anuncian la llegada del otoño y luego el invierno, la temporada favorita para la propagación del COVID-19.
Finalmente, como si fuera poco, la tormenta perfecta se completará con la llegada de la Semana Santa, con miles de personas yendo y viniendo de un país a otro, aprovechando los días festivos.
Lo que creíamos un imposible, una utopía, una fantasía, la llegada del mal hoy es una amenaza demasiado real. Y peor en Paraguay, donde el vecino toma tereré (dentro de poco mate) y la bombilla pasa de mano en mano, de boca en boca.
Si el dengue desbordó los hospitales de todo el país, un nuevo virus podría causar el desenlace de aquellos que se salvaron del abrazo del mosquito, o de quienes a la luz de la quimioterapia combaten un mal peor, o los niños y ancianos que tienen las defensas más bajas. ¿Estamos preparados para hacer frente a una nueva enfermedad?