Eduardo Petta tiene el perfil que escasea en la política y en la función pública. Petta no es corrupto, pero en definición de corrupción reducida a que no roba dinero público para enriquecerse. Esto le llevó a posicionarse. La opinión pública le perdonó, a lo largo de su carrera política, una serie de shows y equívocos, que a un político común no se le perdonaría nunca.

Con Petta se pasó por alto su vedettismo en tiempos de fiscal, su permanente salto de carpa en carpa. De colorado pasó a ser patriaqueridista, luego luguista, después encuentrista y ahora abdista. El típico saltimbanqui de la política.

Como director de la otrora Policía Caminera se encargó de llamar la atención para obtener sus momentos de fama al punto de armar un montaje en Villa Florida “pillando” un adelantamiento indebido de la comitiva presidencial de Fernando Lugo.

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Como parlamentario era el típico “denunciólogo” y se encaramó del entonces ministro de Obras Públicas para tirotearlo permanentemente, hasta que se derrapó en una interpelación exhibiendo un jakare de plástico, nuevamente en busca de los flashes y pasó a hacer el ridículo.

La ciudadanía le siguió perdonando sus caprichos. Al punto que traficó influencias para nombrar a su mejor amiga, Miriam Arroquia, primero como funcionaria de una gobernación donde él era abogado, luego en la Municipalidad de Asunción, gracias a su amistad con los Samaniego, y posteriormente como directora de Recursos Humanos del Congreso. En este caso, Arroquia fue denunciada porque cometió un delito, doble remuneración. Facturaba en la municipalidad y en el Senado, por lo que fue imputada y condenada. Un caso mucho más grave que el de Víctor Bogado con su “niñera de oro”. Pero a Petta, la opinión pública lo absolvió.

Pero más allá de estos “anecdóticos” episodios. El caso Petta nos muestra el daño que también genera, al igual que el ladrón del dinero público, el que utiliza un cargo para satisfacer sus apetencias personales. Es un altísimo grado de deshonestidad asumir un cargo para el cual uno no está preparado.

Los episodios últimos como ministro de Educación exponen una penosa realidad, que la proyección y ejecución de la política educativa del Paraguay está en manos de una persona no apta para el cargo.

La ciudadanía ya le perdió la paciencia a Petta. Se metió con los niños, con la educación y con eso no se juega. Estar al frente de la cartera de educación supone un compromiso excepcional, sobre todo si el gobierno asume que se trata de una causa nacional. El presidente de la República no puede seguir usando ese ministerio para pagarle un favor político al amigo.

Hoy el inicio de clases previsto para el 21 de este mes está en suspenso y con justa razón. Directores de escuelas y colegios compartieron imágenes de las condiciones edilicias de sus instituciones, no existen garantías de la llegada de los almuerzos escolares, 43 mil docentes no recibieron el escalafón prometido, tampoco recibieron las herramientas para la capacitación y el compromiso de aumento salarial para el sector del 16% desde enero tampoco se dio.

Como corolario, errores ortográficos en los materiales de aprendizaje de los niños y un ministro más metido en las redes sociales que en articular estrategias para crear condiciones mínimas al inicio de clases.

Petta está enfrentado con un sector importante del oficialismo. Enfrentamiento que se dio no porque se opuso a los “pecheos” de estos como se encargó de instalar, sino por su incapacidad de crear consenso. Está enfrentado con el gremio docente. Está enfrentado con el gremio estudiantil y ahora enfrentado con la ciudadanía.

Todos los calificativos lanzados hacia Petta por distintos referentes le quedan. Los resultados de Paraguay en materia educativa son de terror, pero nosotros seguimos sosteniendo a un ministro que se cree emperador, egocéntrico, vendehúmos y disparatero. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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