• Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

Abra la boca forzando fuertemente la mandíbula. Inhale profundamente y exhale algo menos de lo que inhaló. Termine cerrando la boca. ¡Felicidades! Acaba de participar de uno de los rituales fisiológicos más antiguos de la naturaleza: el bostezo. Bostezan los mamíferos y casi todos los animales que poseen columna vertebral, incluso cocodrilos, peces, aves y tortugas. Y el ser humano desde incluso antes de nacer: se sabe (y se ve por ecografías) que el feto ya bosteza en el último trimestre de su desarrollo intrauterino.

El mecanismo del bostezo es un regalo a los que amamos las neurociencias, por su riqueza integradora de sistemas dentro del encéfalo humano. Y le apuesto una cerveza donde quiera esta misma noche que en este momento de la lectura, usted ya ha experimentado (y en menos de dos párrafos) una de las características principales del bostezo: el contagio.

Es tan insidioso que con solo pensar o leer sobre él (y ni qué decir mirar a alguien que bosteza) nos hace imitarlo. Y es que aquí intervienen los mecanismos cerebrales de la imitación, el reconocimiento facial y la empatía, acciones que se encuentran afectadas en el autismo, la esquizofrenia y algunas lesiones cerebrales puntuales.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Observando los bostezos de mucha gente, podemos ver que todos son iguales en su producción, aunque difieran en duración y forma. Son lo que en etología (la ciencia de la conducta) se llama “pauta fija de acción”, es decir, una respuesta corta, rápida y eficiente a un tipo de estímulo determinado. No es un reflejo, sino es como un estornudo: una vez que comienza debe necesariamente terminar, no se puede “bostezar por la mitad”.

Nadie bosteza porque se lo ordenan. Esto demuestra que el bostezo es algo que surge de manera inconsciente. Se desencadena por “contagio imitativo” y se reprime si uno tiene mucho control sobre sí mismo como cuando se siente observado. Pasa lo mismo con el hipo, acto igualmente inconsciente, pero no contagioso, el cual también se reprime si uno se siente observado. Y ese contagio del bostezo es solo propio del ser humano y sus parientes evolutivos más cercanos, aunque como viéramos el bostezo está presente en muchas especies animales. Y ya lo sabemos y la neurociencia lo ha demostrado: bostezamos cuando estamos aburridos y cuando se acerca la hora de dormir o nos despertamos. Cuando vamos a bostezar para dormir también “nos estiramos” y eso se ve incluso en personas con hemiplejía, es decir, parálisis por alguna causa, viéndose que el tronco se mueve como si se fuera a extender la mitad paralizada: esto demuestra que el ritual del bostezo se acompaña de una serie de actos mecánicos involuntarios. Se ven bostezos en personas en coma, lo que proporciona muchas dudas al respecto de sus centros de control: personas solo con bulbo raquídeo funcionante bostezan, aunque para el bostezo normal intervienen otros centros superiores y de mayor evolución cerebral.

Hay mitos del bostezo que se rompen: no bostezamos porque hay menos oxígeno y más dióxido de carbono en el ambiente. Y nos contagiamos del bostezo porque, al igual que la risa, es un mecanismo seudoimitativo que nos permite inconscientemente socializar (por eso los programas cómicos o los shows de stand up cuentan siempre con “reidores profesionales” que contagian la risa al público para romper el hielo). Pero, pese a todo lo que les conté hoy, el bostezo aún se halla poco estudiado en la neurociencia, quizás porque es un mecanismo tan rutinario y aburrido, que no nos tiene DE LA CABEZA y, probablemente, estudiarlo nos haga bostezar. A mí, personalmente, me maravilla. Nos leemos el sábado que viene.

Etiquetas: #bostezo

Déjanos tus comentarios en Voiz