En 1.431 millones de dólares subió el pago de sueldos en el Gobierno entre los años 2011 y 2014 (96% en tres años) después que en el 2010 el Parlamento, con inmensa mayoría colorada y liberal, cometiera un verdadero acto de traición a la Patria –así lo reconocerá la historia– con un criminal aumento general de los sueldos estatales que tenía un piso del 10% y un techo del 60%, dando un promedio del 32% al 36%, sin consultar sobre la real capacidad de aumentar y disponer de una mayor recaudación de impuestos.

¡Totalmente irresponsables! Colorados y liberales, más culpables los primeros que los segundos, teniendo en cuenta que lo que se buscó fue poner contra la espada y la pared al Gobierno de Fernando Lugo, que por cierto no tuvo la fuerza política para vetar el presupuesto 2011, aun sabiendo lo que se venía: los 1.431 millones de dólares que subieron o “mejoraron” los sueldos en el Gobierno se comieron el 96% o 1.487 millones de dólares del aumento o “mejora” en la recaudación de impuestos en el período en cuestión.

Nunca nos pudimos realmente recuperarnos de dicho criminal acto del Parlamento con la complicidad de los empleados públicos. Se fueron los siete años de superávit fiscal con más ingresos que gastos que costara mucho sacrificio (2004-2010) y a partir de ahí lo empleados estatales ganaron privilegios como nunca antes en toda nuestra historia. Felizmente, hubo un frenazo en los aumentos de sueldos con la llegada del cartismo –no reconocido lastimosamente– fundamentalmente en el período 2015-2017 cuando finalmente la relación sueldo e impuestos se ubicó en 69% o peso salarial después del 82% y 86% de 2012-2013. Ya para el 2018 fue imposible continuar la contención por el siempre presente juego electoral en las decisiones parlamentarias, en el que los abdistas echaron mucha leña al juego, también de manera irresponsable.

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Todo lo anterior es a objeto de manifestar con conocimiento de causa que los políticos populistas y los empleados estatales son un “matrimonio perfecto”, de mutua conveniencia, a los que nada les importa el interés del país sino los suyos con altísima preferencia. Es más fácil entrar al Estado que a las empresas privadas, se gana ya en promedio el doble, las exigencias laborales son “suaves” y disponen de un combo de privilegios que hace que todos envidiemos a los estatales. Para una economía como la nuestra es simplemente mortal que la gente prefiera trabajar en el Estado antes que en el sector privado. ¿Quién paga realmente los impuestos y genera realmente riqueza? Los argentinos respondieron a dicha pregunta con esta contestación simple y maravillosa: “Es el sector privado el que debe alimentar al Estado”. Genial. Yo agregaría para darle un toque paraguayo: “Al Estado, servidor del hombre libre”. (Juan Natalicio González y otros colorados en la versión más dañina del Estado solidario, comprometido con las causas nacionales y sociales). Atracó una convención colorada para llegar a Presidente y su Gobierno duró menos de seis meses (30 de enero de 1949). En el caso de nuestro vecino, desapareció la maravilla.

Pero vayamos al término servidor por favor. El Estado paraguayo tiene más empleados que funcionarios. El empleado simplemente ocupa un espacio. El funcionario, con verdadera vocación de servicio público (servirle a la gente), funciona. No discutamos la calidad del funcionamiento. No viene al caso, por ahora. Donde más nos pesa y duele la maquinaria estatal es en la absoluta mayoría de empleados que no funcionan y ganan bien y muy bien. Impedir el ingreso de más empleados y congelar el aumento de sueldos públicos, con topes al sistema de ajustar sus sistemas de privilegios (“conquistas ganadas”, “derechos adquiridos”), es la barrera inicial a ser impuesta hoy. Están en su papel sobre la defensa de sus conquistas y derechos ganados. ¿Y nuestras oportunidades perdidas, los que estamos en el sector privado, por pagarles en exceso a muchos que no funcionan? Claro, pregunta del millón: ¿Qué hacer con el Parlamento, conformado por partidos y movimientos? No es mi especialidad. Lo siento. Tampoco la de Dios. Duele decirlo pero hay que decirlo. DDPHQD

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