- Por Eduardo “Pipó” Dios
- Columnista
Llegamos a un nuevo 3 de febrero, el 31 aniversario de nuestra democracia, buena o mala pero nuestra, diría Lerner.
31 años del fin de 34 años de la dictadura más larga de nuestra historia y una de las más largas de la historia mundial. Sí, DICTADURA, con todas la letras, aunque a los amigos estronistas y neoestronistas no les guste de repente. El gobierno de Alfredo Stroessner fue una dictadura, sin libertades, sin derechos humanos, sin justicia, sin instituciones democráticas reales y con muchos muertos y desaparecidos.
Al igual que las dictaduras de Castro, o la de Pinochet, o Stalin, o Mussolini o la que se te cante, dictaduras todas ellas.
Evidentemente algunas personas que pertenecieron a las élites del poder o que vivieron a su sombra y amparo nos hablan con nostalgia de “años dorados”, de la “democracia sin comunismo”, de la “seguridad” y demás falacias.
La seguridad siempre fue para ellos, para los militares del entorno, los amigos del dictador, los políticos que le hacían la corte y los grandes empresarios que se acercaban a través de esto para favorecerse con la impunidad absoluta, haciéndose ricos ellos y a sus facilitadores.
Hoy algunos que aún sobreviven, sus hijos y nietos nos quieren contar a los que no estábamos en ese pequeño círculo de privilegiados que “éramos felices y no lo sabíamos”. Esa felicidad para ellos era real, al costo de la infelicidad de la gran mayoría que vivía callada o de algún grupito de locos que osaba enfrentarse, con la pluma, la voz y algunos, los menos, empuñando o tratando de empuñar algún arma con poco y nada de éxito. Este grupito de locos sufrió la peor parte, pero el ciudadano común también.
Si no te pagaban el sueldo en fecha o te pagaban menos de lo legal, o abusaban de tus derechos laborales, no había a quién quejarse porque ante el menor reclamo el patrón llamaba a los amigos del poder y te llevaban de paseo. Con suerte algún zarandeo y unos días de reflexión en alguna comisaría, seguida de una echada del trabajo sin indemnización, bastaban para enderezar al “contrera”. Pero ya dependía de quién te tocaba para que no termines torturado en Investigaciones, preso largos meses o hasta desaparecido porque tuviste “mala suerte”.
Muchas veces dependía también de si eras un pobre infeliz del fondo de la campaña y no te salvaba nadie, o alguien con algún amigo que podía pedir por vos y te salvaba.
Si a algún miembro de la nomenclatura o sus amigotes les gustaba tu negocio, tu estancia, tu casa o tu señora o novia, también se podía poner pesada la mano. Te podían dejar con lo puesto en la aduana argentina, como a mi papá, que tuvo la mala suerte de tener una empresa próspera que “masiado le gustó” a un asqueroso llamado Zotti, amigote y socio del aún más asqueroso asesino, Sabino Montanaro, o te podían meter dos tiros y transferirse tu estancia o tu fábrica o tu señora dependiendo del interés y la resistencia.
El famoso cuento de las obras del estronismo pasa por unas cuantas rutas, llenas de baches, porque se robaron la mitad de lo que tenían que ponerle de base, un aeropuerto sobrefacturado 10 veces, Itaipú sobrefacturada 6 veces y los beneficios de la sobrefacturación dirigidos a la claque de amigotes y socios, una obra impuesta por las necesidades brasileñas más que por la inventiva del dictador, Yacyretá, que jamás existió más que como agujero para robar hasta muchos años después, y dos puentes. Si los dividís en 34 años y calculás lo que se robaron al día de hoy, deberían cerrar la bocota y dejar de enarbolarlo como bandera, pero bueno, dejémoslos. Luz eléctrica para algunas ciudades, agua igual, telecomunicaciones, alguito, todo robando a cuatro manos y por imperio de la época, digamos que era lo mínimo en cualquier republiqueta bananera.
En resumen, aunque no les guste, fue una dictadura de ladrones, asesinos, sus herederos y los de su corte siguen viviendo hoy de lo que robaron y rapiñaron. El hacer negocios bajo el manto protector de la impunidad, las exclusividades abusivas para tal o cual negocio, los contratos leoninos con el Estado, los monopolios privados en complicidad con el dictador y su entorno, el contrabando y la triangulación, fueron los generadores de esas fortunas que hoy, algunas de ellas, siguen floreciendo ya con menos facilidades, mientras otras se van extinguiendo fruto de la inutilidad para sobrevivir en el mundo real.
Nuestra democracia, con ladrones, dipuchorros, senarratas, jueces venales, ministros bandidos, funcionarios corruptos, es, pese a todo, infinitamente más decente y mejor que esa época sin ley, sin justicia y sin ningún ápice de decencia. La libertad no tiene precio. El que algunos puedan seguir defendiendo esa época de latrocinio es una muestra de la diferencia. Si hubieran atacado la forma de gobierno de su amado Generalestroner de la manera que atacan la actual ya estarían presos o muertos.
Valórenlo y tenga un poquito de vergüenza, al menos por la gente que la pasó mal y la que la pasó muy mal.