- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
De la muerte y de los impuestos nadie se salva. Aunque de este último tengo mis dudas, el cerebro sabe ciertamente (aunque lo niegue) que nuestra existencia en esta tierra es finita y que en algún momento tendremos que dar por concluido el ciclo biológico, bajar el telón y mandarnos mudar para siempre. Esto lo sabe a diferencia de otras especies que no son conscientes de su finitud, y justamente el saberlo desencadena una serie de temores y miedos que pueden tornarse a menudo incluso en obsesión. Y esto sucede porque, aunque pueda tener toda la filosofía o la fe del mundo, su sentido de supervivencia confronta con su consciencia de que no es infinito y que alguna vez va a morir. Entonces, esto genera angustia lógica y esperada. Aun en el más “pintado”.
Las reacciones ante el conocimiento de la propia muerte siguen un patrón común en todos los individuos. En primer lugar, se reprimen los pensamientos lúgubres y negativos (“soy muy joven para morir”, “estoy sano y a mí no me pasará”), pero al desplazar el foco de la atención comienza lo que los psicólogos llaman “gestión del terror” y comienzan a generarse reacciones defensivas de la propia mente. Y entonces nos convertimos mentalmente en una pieza indispensable para que el universo funcione y que no pueda hacerlo sin nosotros, aumentando ello nuestra autoestima. Por eso hacemos deporte, dieta, nos cuidamos y nos embellecemos como podemos. Otros se ven como parte importante de su comunidad o su grupo religioso, ya que sentirse parte de algo más grande fomenta en nosotros el sentido de inmortalidad. Como la muerte nos angustia, escenificamos una gran obra de teatro sobre la negación de la mortalidad.
¿Pero qué pasa con el cerebro en el momento de morir? De antemano te cuento que la persona sabe que ha muerto. Y es que el cerebro sigue funcionando aún un tiempo después del cese de las funciones vitales. Las investigaciones encontraron que en este momento las señales eléctricas del cerebro son de un estado de hiperalerta, lo que los neurocientíficos han dado en llamar un “tsunami cerebral”. El córtex cerebral, la “parte pensante” del cerebro, también baja su actividad de manera instantánea, lo que significa que no se producen ondas cerebrales, al menos visibles en un monitor, durante alrededor de 20 segundos. Esta primera reacción inicia una cadena de procesos celulares que resultan en la muerte cerebral. Pero hasta que esto sucede pueden pasar horas desde que el corazón deja de funcionar. Este tsunami neuronal es la ultima actividad eléctrica antes del apagado final, la muerte definitiva de la mente y la conciencia.
Y eso pasa porque, al quedar sin oxígeno, las neuronas apelan a la última reserva de energía que tienen en un intento desesperado por funcionar. Después, termina todo. ¿Pero esa conciencia final es dolorosa o traumática? Nunca. El cerebro se encarga de segregar sustancias tremendamente poderosas similares a la morfina que hacen tan placentero ese final que la persona no quiere volver de ese estado como cuentan los que han vuelto después de una reanimación cardiopulmonar. Entonces, como vemos, morir no es una cuestión que nos tiene que tener DE LA CABEZA porque... todos lo haremos. ¡Nos leemos el otro sábado!