• Por Carlos Mariano Nin
  • COLUMNISTA

Sucedió el fin de semana pasado sobre la ruta Acceso Sur, en la zona de San Antonio, a escasos 25 kilómetros de Asunción, la capital.

Todo comenzó cuando un hombre chocó accidentalmente a una moto conducida por un adolescente, que dicen, ni siquiera llevaba casco y se le habría adelantado por la izquierda. El conductor detuvo la marcha para asistir al chico, pero fue rodeado por otros conductores en motos, se asustó y trato de huir.

Trató. A unos 150 metros fue alcanzado por una turba enardecida. Los jóvenes bajaron de sus motos y lo molieron a golpes. Mientras esto sucedía, otro grupo se dedicaba a robar todo lo que el hombre tenía en el vehículo, sea de valor o no.

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Dos policías seguían la escena de reojo. Luego dirían que se vieron desbordados por la patota que los “autoobligó” a mirar desde lejos el terrible espectáculo.

Las brutales imágenes pasaron de celular en celular. Una paliza bestial de consecuencias impredecibles.

Tras la agresión y cuando más policías llegaban al lugar, los desquiciados jóvenes subieron a sus motos y huyeron.

Miguel Bracho era asistido luego por los bomberos voluntarios y llevado al Hospital de Trauma con heridas de diversa consideración. Podría no haber contado la historia, pero tuvo suerte, bueno, suerte es un decir.

La noticia salió en todos los noticieros y los vecinos repetían ante las cámaras que esto sucede todos los fines de semana, al tiempo que denunciaban que ni la Policía ni la Fiscalía hacen nada.

Las noches de los fines de semana se convierten en tiempo sin ley allí.

Acceso Sur y Pa’i Américo Ferreira se transforma en una pista de carreras clandestinas donde estos improvisados corredores ponen sus vidas sobre dos ruedas para arriesgar la de cuanto conductor transite por la zona. No es todo. El alcohol y las drogas hacen el resto.

Desde celulares hasta mujeres, todo es digno de apuesta. La vida solo vale lo que pueda correr una moto.

Borrachos y volados estos criminales del asfalto amenazan y golpean impunemente. A veces entre ellos mismos, otras a incautos conductores, que como en este caso tienen el infortunio de terminar con la farra.

Esta es una realidad que se repite en muchas rutas y avenidas del país. Estos enjambres en moto se ven a toda hora y causan temor. El problema crece descontrolado a la vista de las autoridades que, hasta el momento, solo detienen a los que pueden por unas horas, les incautan las motos y los liberan, para que otras motos entren al circuito y más jóvenes se unan a estas bandas.

Lo peor es que naturalizamos lo malo de lo que no podemos sacar nada bueno y luego pensamos que todos los motoqueiros son iguales, cuando la verdad es que hay gente buena cuyas motos son la herramienta de trabajo a la cual pueden acceder para ganarse la vida.

La mecha está encendida, apagarla depende de todos. Cuanto más tiempo pase más cerca estaremos de una tragedia. Municipalidades, policías y fiscales deben trabajar en conjunto. No sos vos el que tenés que cuidarte de no matar a un motociclista inconsciente, son las autoridades las que tienen que velar por tu seguridad al salir a la calle.

No son las motos el problema. Son quienes las conducen y quienes deben controlar que se conduzcan dentro del marco la ley.

Mientras esto no suceda seremos rehenes de estos delincuentes que se creen dueños de las calles. Y escenas como estas volverán a pasar dándonos de qué hablar y lamentarnos mientras nos preocupamos en pagar los impuestos que deberían mejorar nuestra calidad de vida, siempre rodando en el descontrol…

Pero esa es otra historia.

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