• POR EL HNO. MARIOSVALDO FLORENTINO
  • Capuchino.

En este domingo, la Iglesia nos invita a revivir el bautismo de Jesús, a acoger esta bellísima manifestación de la Santísima Trinidad y a renovar nuestro propio bautismo.

El bautismo de Jesús marca en el Evangelio de Mateos el inicio de su vida pública.

Juan Bautista era ya muy conocido. Muchedumbres lo seguían y recibían de él un bautismo de conversión en las aguas del Jordán. Sin embargo, a todos ellos, Juan anunciaba que su bautismo con agua era solo una preparación al gran bautismo que sería hecho por el Mesías, un bautismo con el fuego del Espíritu Santo. La misión de Juan era preparar el camino para el Hijo de Dios. Era despertar a las personas para que pudieran acoger a Cristo. Es por eso que Jesús se presenta a Juan para ser bautizado y allí empezar su misión. Es por eso que Juan indica a sus seguidores que Jesús es el cordero de Dios. Una vez que llegó el tiempo de Jesús, la última misión de Juan era dar testimonio de que Jesús era el Salvador enviado.

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El bautismo de Jesús no significa su conversión, pues él no lo necesitaba, tampoco su adhesión a la predicación de Juan que era su precursor, sino que es la gran epifanía que señala el inicio de su misión pública. La efusión del Espíritu Santo, que bajó del cielo en forma de paloma, en su bautismo fue la unción espiritual que lo confirmaba delante de todos como el Mesías, el ungido de Dios. La voz del Padre eterno: “Este es mi Hijo, el amado; este es mi Elegido”, era el más importante testimonio de que Jesús de Nazareth era el Hijo de Dios, de que él era aquel que debería realizar la ópera divina en este mundo, la redención de Israel y la salvación de la humanidad.

Meditando sobre el bautismo de Jesús, algunos padres de la Iglesia afirmaban que él entró en las aguas del Jordán no para ser purificado, sino que para dar al agua este poder de purificar a todos los que con fe fueran bautizados en el nombre de la Trinidad. Por eso su bautismo no es importante por lo que produjo en Cristo, sino por lo que a partir de allí puede provocar en nosotros.

En el bautismo nosotros somos injertados a Jesucristo y si permitimos que la savia divina llegue hasta nosotros, entonces podremos producir los mismos frutos de Cristo y así participar íntimamente en su misión.

En el bautismo recibimos la adopción filial –también en nuestro bautismo el Padre eterno grita para toda la eternidad: “Tú eres mi hijo amado, eres mi elegido”– y de allí en adelante él quiere tratarnos siempre como hijos, como sus auténticos herederos, siempre recordándonos: “Todo lo que es mío, es también tuyo”. Si aceptamos esta filiación, si aceptamos reconocer a Dios como nuestro padre, entonces crearemos con él una relación íntima de amor, confianza y fidelidad.

En el bautismo somos generados por una nueva madre, la Iglesia, para ser miembros de una nueva familia, la comunidad eclesial. Si permitimos a esta madre sostenernos, educarnos y hacernos crecer, entonces descubriremos las maravillas de la vida y el secreto de la verdadera libertad. Con ella aprenderemos a contemplar lo bello, a saborear lo bueno y aceptar lo verdadero.

En el bautismo somos llamados al encuentro con la fraternidad. Si permitimos que la gracia del bautismo fructifique en nosotros, entonces sabremos dominar nuestro egoísmo, nuestros instintos, nuestros celos, nuestros complejos y así tendremos la posibilidad de vivir de verdad como hermanos en mutua colaboración y en amistad.

En el bautismo somos profundamente reconciliados con Dios y si hacemos fructificar esta reconciliación, entonces llegaremos a la armonía con los demás, con nuestra historia, con la naturaleza y con nosotros mismos. Con el bautismo tiene inicio nuestra pacificación: nos da la posibilidad de transformarnos en auténticos hombres de paz.

Querido hermano, en el bautismo la gracia de Dios está dada para nosotros, pero espera nuestra colaboración para que pueda producir muchos frutos. Creo que hoy cada uno de nosotros debería preguntarse muy sinceramente: ¿Cuáles son los frutos del Espíritu en mi vida que mi bautismo me dio la posibilidad de producir?

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti,

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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