- Por Augusto dos Santos
- Analista
- @augusto2s
Es cierto que es una frustración no tener a una autoridad científica al frente del Conacyt, es cierto que no se ve en el horizonte una renovación de la política, es cierto que la agenda pública es un territorio de decepciones cotidianas, es cierto que los medios no te contamos sino una historia sesgada, es cierto que tardaremos cincuenta años en configurar una nueva cultura que ubique a la mujer en su sitio digno, es cierto que cada año convertimos al país en un hotel de cinco estrellas para los mosquitos del dengue.
Es cierto que los partidos políticos se alejan de la sociedad como barcos que perdieron sus amarras en la tempestad de los antivalores y la corrupción, es cierto que pasan las generaciones y no se encuentra el punto de inflexión donde aparentemente todo debe empezar de nuevo, es cierto que no se ve una luz al final de tantas promesas de mejorar la educación, es cierto que el relato de un país indolente se observa en los semáforos en los que niños piden monedas, indígenas piden monedas, bomberos piden monedas.
Pero también es cierto que esta semana habilitan la biblioteca callejera número 59, en un solo año, fruto de un microemprendimiento que se convirtió en una macroempatía, también es cierto que en los hospitales públicos hay centenares de médicos jóvenes que no duermen atendiendo enfermos, que hacen –casi literalmente– de tripas corazón para ayudar a quien necesita el consuelo de la salud, sin que nadie los vea. También es cierto que hay chicos y chicas que en la universidad estudian e investigan, que se aplican a las nuevas ideas, que confían en el territorio de las innovaciones y que –para el día en que la ciencia tenga alguna importancia para el Estado– están dispuestos a transformar el Paraguay.
También es cierto que hay jóvenes en las organizaciones, las industrias, el campo, y hasta quisiéramos confiar que en la política, dispuestos a abrirse paso enarbolando nuevas banderas y pidiendo su lugar mediante la calificación, el prestigio, la probidad.
Los años no son buenos o malos, son las sociedades las que construyen ciclos de mal o buen vivir, no le culpemos al calendario de nuestra incapacidad para congeniar capacidades, planes y proyectos. Es muy fácil localizar lo negro de lo malo y lo blanco de lo bueno. Lo difícil es situarnos en el confesionario gris de la autocrítica.
Como ejemplo de las irresponsabilidades colectivas, valga este vergonzoso botón: terminamos el año 2019, los treinta años de democracia (!) sin un solo acto multitudinario que lo celebre, sin que las editoras exploten en libros conmemorativos, sin que los medios de comunicación se pueblen de programas especiales, sin una sociedad civil que produjera eventos significativos para debatir este año el valor de la democracia y la libertad; si los doce meses del 2019 no sirvieron para que nos recuerden a por lo menos 10 luchadores por la democracia en el debate público oficial o no oficial. Si los congresistas de la República no le dedicaron un ápice de tiempo a un hecho poderosamente significante para la sobrevivencia de ellos mismos. ¿De qué nos estamos quejando entonces. Del año malo? Pues, mejor, empecemos a quejarnos de nosotros mismos.