“Duele decirlo, pero hay que decirlo”

Cayendo el telón ya en el acto final del comportamiento de la economía paraguaya en el 2019, los últimos pero aún no finales pronósticos sobre la marcha de la actividad global se han estado sometiendo a reajustes en la medida en que la realidad económica del país ha ido abandonando su peor clima y, aunque lo gris no se pueda colorear porque nada fue fácil ni agradable en gran parte del año, la economía no habría caído y gracias a lo hecho por el Gobierno el actual puntaje de “cero” (estancamiento) es mucho más favorable que la recesión del -1,5% dibujada en setiembre pasado, por ejemplo, por el departamento de estudios en Brasil de Itaú, que la pronosticaba con base en la horrible caída registrada en el primer semestre. Aunque con demora, soberbia y propaganda mesiánica –muy típico del estronismo de ayer y del “nuevo” proyecto político abdista con apoyo de parte importante de la otrora oposición democrática de centroizquierda– el Gobierno hizo lo suyo y lo peor no ocurrió en el 2019, que es lo que importa para beneficio de la gente.

Y aquí caigo irremediablemente en la tentación de transcribir una parte muy “rica” de un reciente artículo de alguien que sabe más y mejor, el amigo Carlos Fernández Valdovinos, en el diario Última Hora, robando derechos de autor porque realmente valoro su síntesis del año económico 2019: “En resumen, este año nuestra economía sufrió un fuerte traspié que debe dejar importantes lecciones. Resalta la importancia de tener un diagnóstico adecuado y oportuno de la coyuntura y de su futuro inmediato, el cual debe ser complementado con políticas de calidad que atenúen los ciclos (¡sean estos recesivos o de auge!). Pero tropezón no es caída. Los fundamentos están intactos para que a futuro la economía paraguaya muestre nuevamente el mayor dinamismo en la región. Esto y una mejora sustancial en la calidad del gasto público serán cruciales para que el país no se contagie de los estallidos sociales registrados recientemente en la región”.

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Es increíble cómo todavía muchísimos comunicadores terriblemente ideologizados opinan que nuestro país en prácticamente nada ha cambiado en décadas, que todo lo malo sigue peor, que no hay mejoría social real, que la fragilidad de la economía se ha fortalecido, que casi nadie gana con este modelo económico, que la pobreza y la miseria aumentaron, así como la desigualdad, que la injusticia es peor y la explotación mayor, que no se invierte, que los ingresos han caído, que somos más informales que nunca, que Haití nos gana y que, por resultado de tal ceguera interesada, nuestra macroeconomía está divorciada de la gente, cuya realidad no tiene los números positivos de las estadísticas globales.

En otras palabras, es una “macroeconomía de utilería”. ¿Pero por qué no cae? Realmente, pregunto: ¿Por qué no cae? “Un tropezón no es caída”. En parte, porque la historia está llena de economías que tropezaron y sí cayeron, a veces brutalmente. No tenían de qué agarrarse y sus arenas movedizas eran sus bases. El 2019 vuelve a demostrarnos que un año muy doloroso para muchísima gente durante demasiado tiempo no terminó en tragedia. Itaú Brasil esperaba al comenzar el año un crecimiento del 4%, como muchos. Fue rebajando sus pronósticos y buceó en el mar de la recesión del -1,5% en agosto-setiembre, asustado como todos. Pero en la medida en que el Gobierno fue despertando y tomando medidas para amortiguar los golpes y respaldar salidas, acelerando la inversión pública, salimos a la superficie, no nos hundimos. Por lo que se hizo y por lo que de mejor tenemos en ya 17 años. No hay peor ciego que el que no quiere escuchar. Duele decirlo, pero hay que decirlo. DDPHQD

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