• Por Augusto dos Santos
  • Analista

En política hay dos categorías intelectuales: los políticos y los conspiradores. Cualquier conspirador puede ser político, pero la mayor parte de los políticos no pueden ser conspiradores. La conspiración tiene una reputación maldita, pero en rigor es la capacidad intelectual de ciertas personas de reunir con arte los elementos y situaciones que terminarán provocando determinado resultado.

Se adjudica a la caída de Mario Ferreiro del sillón municipal una dosis de conspiración vinculada a las propias internas de la izquierda, particularmente la representada por un personaje de singular importancia en espacios que llegaron al poder en el 2008 como Camilo Soares, quien termina formulando la denuncia que detona el derrumbe de Ferreiro. Pero el problema no es la denuncia, lo cual cuesta entender. El problema radica en el hecho denunciado.

Cuando sectores que defienden a Mario Ferreiro cuestionan a Camilo por haber incurrido en “matar al cartero” actúan como cuando los que intentan proteger a un violador aducen que la señorita usaba minifaldas. El asunto no es con Soares, es con la contundencia de los hechos denunciados. Ese es el punto.

Los factores propios de la caída

Antes de la denuncia del “asado del domingo” hubo diversos factores que fueron generando las condiciones para que la sostenibilidad del gobierno de Ferreiro implosione, esto es, se deteriore mortalmente por sus propias debilidades.

a) Desde el principio mencionábamos que tras una efectiva campaña cayó en una desastrosa performance político- comunicacional en la que lo mediocre era la norma. Siempre se estaba defendiendo. No le generaron una sola idea proactiva. Una sola.

b) No le construyeron un insignificante mito de gobierno y de hecho no le ayudaron a diseñar un solo legado que permitiera hoy a los ciudadanos recordar que la administración Ferreiro dejó “esto”.

c) La frecuencia con que su entorno quedó escorado en las tempestades de la sospecha por hechos poco claros (estacionamiento, administrado de impuestos, etc.) empezó a construir el imaginario la imagen de Mario como la de un buen tipo que como Charlot entró sin querer en la jaula de los leones.

d) Tampoco diseñaron una sola estrategia para que Mario explotara su empatía con los ciudadanos en términos de contar otra historia en contrafrente a la que se iba incubando. Era un raro caso de gobierno progresista triste, que no apelaba a la construcción de complicidades culturales con los ciudadanos.

e) Y en lo político jamás construyó poder propio. Ese es un error que se paga caro. Vivió y se acostumbró a dormir la siesta en la jaula de los leones de otros partidos que a la larga ya no le querían comer porque conservarlo con vida era un mejor negocio.

Ningún asado de domingo puede recaudar lo que se necesita para establecer una red o base de poder político con los ciudadanos. Con el “asado del domingo” podría pagarse una campaña, pero con una campaña se gana una elección con ese poder que ya se supo construir con anticipación... estando en el poder.

Una pena

Una pena con Mario. Es demasiado difícil despojarlo de su representación de buena gente. Por lo menos eso no logró dilapidar su entorno o no tuvo tiempo.

Aun así, lo más digno hubiera sido no renunciar y enfrentar la acusación. Su salida fue casi una huida de quien dice: “ustedes la cagaron, quédense con el fardo”, dirigido a su staff.

Podés buscar el camino menos autocrítico y culparle a los colorados. Pero si te ponés a pensar en que fueron los mismos colorados los que lo sostuvieron en todos estos años es cuando decís, este camino... dejá nomas.

Lecciones

La lección que queda es bastante interesante: el tercer sector no solo debe ganar elecciones, sino debe aprender a sostenerse en el poder con calidad de gestión, astucia, representando una alternativa a las prácticas cuestionadas y, por sobre todo, construyendo fortaleza política. La sabiduría inca (que supo tener un imperio) tiene mucho que enseñar cuando recomienda a sus líderes: “Ama sua, ama llulla y ama quella”: no mientas, no robes –pero por sobre todo– no seas flojo (en la administración del poder).

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