- Por Dany Fleitas
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En el transcurso de la semana entrante veremos a millones de compatriotas peregrinar camino a la Basílica Menor de Caacupé, capital del departamento de la Cordillera, desde todos los rincones de la República. Los devotos de la Iglesia Católica, quienes acostumbran acudir cada año a orar a los pies de la Virgencita Azul o Virgen de los Milagros de Caacupé, hacen este esfuerzo para cumplir con una promesa o para orar por un milagro. También es cierto que un gran número se suma a la fiesta religiosa más grande del año para recrearse o hacer turismo. Miles de personas aprovechan la movilización para hacerse de un ingreso extra a casi 20 días de la celebración de la Navidad y Año Nuevo.
Por tradición de generación en generación, sabemos que las peticiones realizadas por nuestros conciudadanos a la Virgencita tienen que ver más con la salud personal o de algún familiar y la mejora laboral u obtención de empleo para algún pariente cercano. Por su parte, los anfitriones, sacerdotes y obispos que lideran las homilías del novenario (celebraciones religiosas centrales), oran junto a los fieles y aprovechan el momento para exteriorizar su preocupación en torno a temas sensibles como la situación social, el manejo de la economía, la corrupción imperante en las instituciones públicas o hacer cuestionamientos a gobernantes.
Los más audaces jefes católicos aprovechan la atención nacional de esta fiesta para hacer un llamado al Gobierno y la clase política que ocupan espacios de poder del Estado, a que se acuerden de la gente, que pongan freno a la corrupción y que administren la cosa pública de manera honesta y transparente. Lo triste, cada año, es que muchos políticos corruptos –se suman cada tanto otros nuevos– son caraduras y van y se colocan en primera fila para presenciar la misa central de cada 8 de diciembre, pero se retiran sin una pizca de autocrítica. Estos caraduras hasta se confiesan y comulgan, pero son siempre lo mismo o peores que antes. Van y dan la cara 120 minutos al año, saludan a los jefes de la Iglesia, lucen para las cámaras, dicen algunas lindas palabras y creen que con ese pequeño sacrificio alcanza para lavar todos sus pecados.
Para los delincuentes y asaltantes de los recursos estatales –son ajenos, del pueblo– los “mensajes” eclesiásticos les entran por un oído y les salen por el otro, sin la más mínima angustia hacia el prójimo a quien está perjudicando con sus actos. Estoy seguro de que el domingo 8, los más “importantes” funcionarios y “amigos” de turno del gobierno de Mario Abdo estarán en las primeras butacas frente a la escalinata de la Basílica Menor, mostrando sus rostros de compungidos y si es posible ataviados y ataviadas de los colores blanco hielo y azul capri que son inherentes a la Virgen de los Milagros. Carla Bacigalupo, Miguel Cuevas, Patricia Samudio y Rodolfo Friedmann, por citar a los más representativos, “pelarán” sus tristes rostros al lado del líder de Añetete; ellos acaparan cámaras y seguramente algún que otro repudio de la gente que estará en ese lugar de manera masiva.
No hay que engañarse. Estos personajes son inmutables. Las palabras que llegan en forma de oraciones litúrgicas, por más hirientes y dolorosas que puedan ser para a los oídos de cualquier mortal honesto e íntegro, son una sinfonía celestial para personas egoístas como estas. Estos políticos inescrupulosos están curtidos y blindados con escudos especiales a pruebas de todo. Sus apetencias personales pueden más que el interés común. Ni la prensa, que a diario los “revienta” con portadas gigantescas en todos los medios masivos de comunicación, puede doblegar sus espíritus. Muchos en este gobierno ingresaron a las instituciones públicas solamente para tomar por asalto los impuestos de la gente y empobrecer más al pueblo. Las prebendas y licitaciones amañadas son algunas joyas que van dejando huellas que difícilmente podrán desaparecer a corto plazo.
Ojalá que la oración de todo un país sea escuchada por un sector de la clase política corrupta. Esperemos que este 8 de diciembre la Virgencita de Caacupé obre un milagro y “toque” al menos algún que otro corazón podrido y se produzca algún cambio. Hacen falta nuevos líderes, que sean honestos y probos. Ya no son aceptables populistas agresores de policías, de jueces y legisladores que se creen mesiánicos. Hace falta un cambio. Hay una gran ausencia de corazones sanos, almas depuradas y conciencias limpias. ¿Quién es el político que lleva como preseas estos valores? Paraguay ya no aguanta más. Su gente ya no aguanta más. Para todo creyente, la oración tiene su fuerza. Y como se dice que la fe mueve montañas, no hay que perder las esperanzas. Es difícil ante tantos duros corazones, pero no hay que rendirse tampoco. Si al unísono, 7 millones de almas suplicamos a Dios y la Virgen de Caacupé por la renovación de espíritus, es probable que ocurra un milagro en esta fiesta religiosa en puertas.