Erik Davidsen, un psiquiatra neoyorquino de ascendencia noruega, acaba de perder a su padre, Lars. Junto con su hermana Inga, profesora universitaria, revisan los papeles de Lars y encuentran una misteriosa nota: “Querido Lars, sé que nunca contarás lo que pasó. Lo juramos sobre la Biblia. Ya no importa ahora que ella ya está en el cielo, ni a aquellos que están en la tierra”. Lo firma una desconocida “Lisa”. Este secreto sacude a la familia, mientras que Erik de por sí ya está metido en problemas, enamorado y rechazado por su vecina, con cuya hija pequeña mantiene un vínculo casi paternal.
Inga no la tiene mucho más fácil: su difunto esposo, Max Blaustein, un famoso escritor y director de cine, dos décadas mayor que ella, fue un mujeriego empedernido. Una actriz la contacta para informarle que tiene un hijo de Max, y un montón de cartas que destruirían su reputación. Mientras los hermanos intentan resolver todos los misterios, los de Lars, los de Max, Erik lee las memorias de su padre, un horrorífico relato de su tiempo como soldado en el Sudeste Asiático al fin de la Segunda Guerra Mundial.
“La memoria solo ofrece sus tesoros cuando la sacude algo en el presente. No es un depósito de imágenes y palabras fijas, pero una red dinámica y asociativa dentro del cerebro, que nunca está quieta y se revisa cada vez que recuperamos una vieja foto o palabras de antaño”.
Los factores autobiográficos son patentes: Siri Hustvedt nació en Estados Unidos, pero tanto su madre como sus abuelos paternos eran noruegos, y creció hablando el idioma. Los recuerdos idílicos de Erik de su infancia en Minnesota, en esa comunidad de inmigrantes noruegos, son en sí, la infancia de Hustvedt. Su abuelo paterno era Lars, y las memorias del Lars ficticio son las memorias del real, las escribió con la autorización de que fuesen publicadas luego de su muerte. La tensión entre inmigrantes y estadounidenses por nacimiento permea la novela, pero de forma sutil: las penas del inmigrante en suelo ajeno, para Hustvedt, no son algo que derive de nuestro exilio sino del hecho que la desilusión es, simplemente, parte de la vida.
“Lo que fue nunca nos deja”, dice Erik, al reconocer las huellas que el pasado deja en el presente. “Elegía para un americano” es un libro profundo, ref lexivo, que explora los pesares de generaciones de una misma familia a través de un mosaico de secretos e historias, un reflejo de la fragmentada naturaleza de lo que consideramos nuestra identidad. No somos más que pedazos de historias, propias y heredadas, conocidas y enterradas. La sugerencia de la autora para nuestra lucha interna no ofrece una medicación efectiva ni salvaciones milagrosas: solo un poco de atención, cuidado y afecto, si no como cura definitiva, al menos como alivio y consuelo.