Estas dos semanas hemos sido testigos de tantos eventos de violencia incontenible, que deberían incidir para entender que existen solo dos posibilidades de convivir en nuestra sociedad. La primera, es no involucrarnos y mirar al costado, que en nuestro idioma natural se conoce como hacerse el ñembotavy, palabra que denota la negación a intervenir activamente en un proceso o hecho que ocurre en nuestro entorno sin medir las consecuencias de esta actitud. La segunda, es entender y analizar activamente cómo se puede de algún modo cambiar una realidad en construcción permanente a través de acuerdos y diálogo con objetivos comunes, como lo son la dignidad humana, el derecho al trabajo, a la salud y a la educación.

A esto llamo involucración, lo que es muy diferente a opinar, a criticar, a atacar o simplemente mirar para otro lado. Los procesos sociales de nuestro país, o lo que se denomina el acuerdo social, tiene como sustento básicamente tres grandes actores. La gestión pública del gobierno de turno, los acuerdos políticos de los legisladores y por último la dinámica del sector privado incluyendo todos sus integrantes. El equilibrio y la intensa comunicación entre estos tres sectores permiten construir un acuerdo social para consensuar una agenda de actividades que nos lleven a cumplir paulatinamente objetivos de sustentabilidad y de equidad en nuestro país.

Ahora, lo que ocurre en estos momentos es que estos puentes entre estas tres grandes áreas –que de por sí tienen sus desafíos internos y sus dinámicas propias– se encuentran muy maltrechos o cortados. El acuerdo social actual está en un riesgo de descomponerse por sus múltiples fisuras, muchas de ellas creadas ex profeso por seudoideólogos de corrientes políticas anacrónicas y deficientes en la historia, además por el autismo de las clases responsables de pensar y actuar por su nivel de preparación.

Estos puentes hoy se recomponen por intereses coyunturales pasajeros y dependientes de personas que en el escenario de nuestra realidad se comprometen con el cambio y consiguen pequeñas victorias que hemos tenido en estos últimos años, aunque siempre obteniendo alguna ventaja. La verdad es que, si hemos tenido victorias (aunque también derrotas) preciso es entender que esto es una guerra por la mejora del país y que es un proceso sin descanso. Hoy más que nunca debemos comprender que solo con la involucración y el compromiso de actores en estas tres áreas, poniendo como objetivo común estas metas, construiremos acuerdos transparentes y públicos donde la premisa fundamental es que sea medible y que sea sustentable. No mirar la realidad en su contexto más amplio nos pone ante un posible efecto futuro de tener que tomar medidas sobre cuadros de emergencia social, los que serán mucho más nocivos y duros para todos en conjunto. Chile es un ejemplo y deberíamos sacar conclusiones rápidas de su proceso.

Aquí, por último, resalto a un actor muy importante en una faceta casi desapercibida que incluso ha participado también del deporte nacional de ejercitar el ñembotavy que es el Poder Judicial. No podemos tener equidad ni transparencia sin un Poder Judicial eficiente y con discernimiento en que falta probidad. Los cambios en la Corte Suprema, entidad con todo el poder autónomo para producir las evaluaciones objetivas que administra justicia, son un punto pendiente muy importante por resolver. Soy consciente de los relativos avances que se han registrado, pero debemos ser realistas que nos falta muchísimo aún.

Desde el Club de Ejecutivos durante ya 20 años hemos acompañado al sector privado con acciones, que creemos que han impactado en la dinámica de mejorar el país, destinadas a contribuir a un esfuerzo compartido entre la sociedad civil y el Estado en pos del progreso nacional. Y en ese sentido consideramos necesario concertar una agenda común para llevar al Paraguay a ser un país sustentable. Esto es hoy urgente, como también los liderazgos para ir realizando esa agenda.

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