• Por Augusto dos Santos
  • Analista

La clase política cayó en un grave problema, cree que gobernar es hacer un buen videíto o un tuit rimbombante.

Imaginen cuál habría sido la reacción del más grande, Winston Churchill, si un consejero le hubiera indicado que el destino del país dependía de un CM. Probablemente alguien recibía un golpe en las asentaderas en el 10 de Downing Street.

Todos están deslumbrados por el gesto de Nayib Bukele de tomarse la singular selfie en la sesión de las NNUU. Más de uno habrá meditado durante el fin de semana sobre que el calentamiento global y la extinción de la foca amarillenta de la isla Mongonata podrían subsanarse si los presidentes del mundo empiezan a tuitear mejor. Peor aún, no faltará quien crea que Bukele hará un buen gobierno porque se pasa la vida tuiteando.

Primero y principal, el gesto de Bukele no apoya nada para nadie. Ni los gobiernos ni los ciudadanos y mucho menos las telefónicas se habrán enterado en tal ocasión cuán importantes son las comunicaciones para conectar a las personas. Tampoco va a cambiar nada en las sesiones de las NNUU. El hecho que la televisión solo muestre a los presidentes oradores es en gran medida porque casi siempre las sesiones son desérticas a la hora de los discursos, salvo que exista alguna razón especial o seas el presidente de alguna potencia en especial.

El tuiter no salvará a la humanidad

Hay que decirlo antes de que sea tarde, porque la comunidad de los dogmáticos de la “Comunicación mesiánica” está creciendo a borbotones. Hay un número cada vez más importante de gente –relativamente seria– que cree que un gobierno puede ser malo, pero comunicando bien terminará siendo bueno y eso es como maquillar un yacaré en la intención de postularlo para Miss Tanga. La comunicación es fundamental, es estratégica, es vital, es determinante, pero no existe nada en el mundo que reemplace a la gestión política y administrativa de la presidencia. Es la razón y el motivo por los cuales será juzgada en la historia: la calidad de gestión.

Hitler tuvo una maquinaria propagandística gigantesca, la más efectiva de la historia. Ello no impidió que, develada las intenciones reales del proyecto nazi, éste cayera fruto del desprecio y el repudio de todos. Es un ejemplo trillado pero efectivo.

Lo peligroso de creer el disparate post Bukele sobre que se puede gobernar desde el tuit es que –efectivamente– muchos políticos creen que pueden hacerlo (!) y ello –a nivel local– resulta en una horrible polución en las redes de tipos donando cosas, retratándose en 6 reuniones diarias, tomándose una selfie frente a un tacho de basura que acaban de instalar, retratándose con un muerto al que acaban de regalar un cajón. Es horrible.

No hay ningún antecedente que demuestre que un tuitero compulsivo de la política pudo gobernar mejor que un “opaco rediático”.

Esto es así: no se gobierna tuiteando, se tuitea gobernando

¿Por qué? Porque el gobierno es el cumplimiento de metas, tangibles, que determinan la ejecución de un programa o un proyecto que fue consensuado con el pueblo mediante un acuerdo cívico llamado elecciones. En virtud de tal acuerdo, los pobladores de un país determinan elegir a determinado plan de gobierno y a sus gobernantes y establecen institucionalidad que debe controlar tal ejecución en el Congreso.

La comunicación tuvo la misión de generar una competencia de campaña para que los ciudadanos pudieran discernir cuál era la mejor oferta y luego tiene la misión de ir informando sobre la gestión presidencial por razones de transparencia y por razones de comunicación pública.

Queda claro que gestión presidencial y comunicación presidencial no son potencias iguales. La comunicación es parte de la gestión presidencial, no es la gestión presidencial en sí.

Por lo tanto, como pasa con Bukele, que está convencido de que se puede gobernar desde el tuiter, otros recursos de comunicación, como el videíto, el “alo Presidente”, “ere eréa”, nunca serán sino eso mismo: un recurso que funcionará si funciona el gobierno. Siempre es noble intentar una mejor comunicación, pero es idiota pensar que comunicando se calafatearán los errores de ejecución. Ningún tuit salvará a la nación. Hay que salir a pelear, he’i Fito.

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