- Por Eduardo “Pipó” Dios
- Columnista
Me toca conversar sobre la situación política actual con diferentes personas de diferentes círculos, de diferentes sectores políticos, económicos, más o menos involucrados en este tema, más bien más informados o menos informados. ¿O sería mejor o peor informados? Porque la mala información, interesada o no, que se ha hecho normal que reciba la gente desde los múltiples medios de comunicación que tenemos al alcance del dedo hoy en día, también nos lleva a que tengamos gente que busca informarse y se informa mal. De una cosa estoy seguro, no existe una persona mal o bien informada que crea que el Gobierno hizo y está haciendo bien las cosas. Salvo las personas con intereses directos o indirectos en el Gobierno, cercanas al entorno o con familiares que lo están, nadie defiende a Mario Abdo Benítez y mucho menos a su equipo de gobierno.
Esto es una señal clara que debería entender el propio Presidente y su primer anillo, para darse cuenta de que urgen cambios drásticos de rumbo (si es que tiene un rumbo) y de hombres (y mujeres, no sea que se enojen las feministas).
Claro que es ese mismo entorno el que no quiere ver nada y niega rotundamente que las cosas estén mal, que el Gobierno no sepa adónde va y que, al decir de la gente, “se cae todo a pedazos”. Y, por supuesto, que no solo es el entorno el culpable, es el mismo presidente de la República el que NO quiere ver ni escuchar nada que no le guste, él mismo se rodeó y se sigue rodeando de incapaces y de mediocres que solo ven su propio zoquete y, para peor, a corto plazo.
Los pocos que lo ven, y se lo dicen, son radiados y apartados del entorno presidencial, son tachados de cartistas, como en la época de su tío Stroessner se tachaba de “contreras” a todos los que no aplaudían maravillados al tercer reconstructor nacional. Ojo, no le voy a decir que estos “oficialistas críticos” sean el dalái lama y Gandhi, ni cerca, son más bien viejos zorros de la política, con muchos defectos y mañas, pero que al menos ven las cosas un poco más allá del día a día, del zoqueteo y el saqueo diario, del manoteo inmediato y “a toda bala”, del “aprovechemos mientras dure”, que sí es el leitmotiv de la gran mayoría del entorno de Mario Abdo.
Reitero que la culpa no es del chancho, sino del que se rodea de chanchos. Sabiendo que son chanchos, les da de comer y encima nos quiere convencer de que son esbeltos y graciosos antílopes corriendo ágiles por el Serengueti y no unos miserables chanchos comunes y corrientes, morfando cuanto le pongas delante y revolcándose en el chiquero.
¿Tendrá el Presidente el suficiente instinto de supervivencia para darse cuenta –ahora que hay aún tiempo– de la necesidad de deshacerse de las torpes sanguijuelas que lo rodean? ¿Sabrá sacudirse de estos lastres y dejar de lado el amiguismo, el narcisismo torpe de sentirse más inteligente que un entorno de piratas somalíes a los que ni él, ni mucho menos el país, le importan un cuerno; y rodearse de gente que sí sabe, que sí entiende, que sí puede ayudarlo a terminar exitosamente su mandato?
Cuesta salir de ese feo vicio que tiene Mario Abdo de rodearse de mediocres, socios y amigotes para no escuchar críticas y solo recibir elogios falsos. Esas ratas son las primeras que rajarán del barco cuando se hunda y ahí ya no habrá tiempo de hacer nada, ni de buscar nuevamente el apoyo de los que ya te salvaron un par de veces y a los que, al parecer, no tenés intenciones de serles leal.