De 1501 a 1505, Leonardo Da Vinci y Michelangelo Buonarotti vivieron y trabajaron en Florencia. Leonardo ronda los cincuenta años y mantiene su legendario atractivo y encanto, en la cima de su carrera. Michelangelo tiene casi 25 y es un escultor temperamental, desesperado por hacerse conocer. Luego de un relativo triunfo en Roma vuelve a su hogar, Florencia, y gana el encargo más importante de su carrera: la “Piedra Duccio”, un bloque perfecto de mármol de Carrara que lleva siglos abandonado porque ningún escultor logró sacarle provecho. Michelangelo aún no lo sabe; pero bajo ese mármol está agazapada, esperándolo, una de sus mayores creaciones: el David. A pesar que su familia, empobrecida, lo rechaza por ser artista, el hace lo imposible por proveer para ellos. Vive y duerme a los pies de su bloque de mármol, rogándole que le hable. Cuando finalmente esto sucede, comienza a tallar fervorosamente su visión:

Otros artistas habían representado a David como un joven pastor, un niño, inocente y suave, triunfante luego de vencer a Goliat. Michelangelo podía oír que su David tenía otra historia que contar. Estaba al borde del campo de batalla, preparado para la lucha. No tenía la voz aguda de un niño, sino el barítono de un adulto. El valor que David necesitaba para vencer a Goliat no tenía lugar en el pequeño cuerpo de un niño. No, en el momento en que David decidió luchar contra su enemigo, dejó de serlo y se convirtió en un hombre”.

Al mismo tiempo, la vida de Leonardo se desmorona. Pierde el encargo del David, no logra terminar un solo proyecto, se obsesiona con su malograda máquina de volar, casi cae muerto en la guerra como ingeniero del enemigo de su ciudad: Cesare Borgia, hasta que Florencia, de la mano de un joven diplomático, Nicolo Machiavelli, le da una chance de redimirse y le hace el encargo de un fresco para el Palazzo de la Signoria. Pero él está obsesionado con una mujer que vio en el mercado, la esposa de un comerciante, hasta que finalmente recibe un encargo de su marido para hacer su retrato. Se llama Lisa, y se convierte en su musa.

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Leonardo desprecia a Michelangelo por su juventud y falta de sofisticación. Michelangelo lo odia y venera su genio al mismo tiempo. Dos genios que convivieron en la misma ciudad durante cuatro años, compitiendo y sacándose chispas, al menos en la imaginación de la autora. Esta novela es una ficción apasionante sobre esa rivalidad, y de momentos definitorios en su creación artística. Y de lo curioso que resulta que dos obras cumbres de cada uno, como el David o la Monalisa, hayan sido creadas casi en paralelo. O que, a veces, la obra más conocida de uno de los grandes Maestros del Arte, sea el pequeño retrato de una mujer común que capturó su alma:

Tomó su pincel más pequeño, quería que sus trazos fuesen imperceptibles, que nadie se fijara en él. La gente podía pensar en Leonardo cuando mirasen su “Última cena”, o su “Madonna de las Rocas”; pero no al mirarla a ella. Esta vez, quería desaparecer. Quería que el mundo entero se enfocase en Lisa”.

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