- Por el Prof. Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
Los gorditos tienen fama de dormilones. Y eso es porque se relaciona a la obesidad con el sedentarismo (con justa razón) y con el buen sueño (con absolutamente injusta y falsa razón). Sin embargo, hoy en día sabemos que la mayoría de la población de los países industrializados ha reducido en el último medio siglo su promedio de sueño nocturno en, nada más y nada menos, que 2 horas. Y esto coincide (y no casualmente) con la epidemia global de obesidad en estos mismos países, hablándose incluso de una epidemia de adiposidad. Aproximadamente sesenta estudios han demostrado que existe una correlación entre dormir poco (y mal) y la obesidad.
Pero... ¿qué sucede realmente?
Uno de los hechos que más llamó la atención de los investigadores es el hecho de que en personas que duermen menos existe un aumento de alrededor del 30% de una hormona llamada grelina, que es sintetizada por las células del estómago y es un poderoso desencadenante del apetito. Ergo: no dormir definitivamente da hambre. De hecho, personas que no duermen bien consumen en promedio en su desayuno unas 300 kcal más que las que han dormido, además de ingerir en promedio un 30% más de grasas saturadas, es decir, las grasas “malas”. Y eso porque en realidad tienen más voracidad, mucha mayor hambre que las que han dormido bien.
Otro factor, no menos importante, es que se demostró que las personas que duermen mal a la noche tienen una notoria merma en las actividades físicas del día siguiente, disminuyendo la cantidad de movimientos y tornándose estos más lentos y pesados. Es decir: dormir poco nos vuelve más perezosos. Punto a favor de la obesidad.
Pero eso no es todo. Un detalle no menor es que también se ha comprobado que las personas que permanecen en vela durante la noche desprenden menos calor durante el día, lo cual indica que su cuerpo no está quemando la grasa corporal, sino que la está almacenando en tejido adiposo en el cuerpo.
Y esto sucede porque al no dormir a la noche, el cuerpo consume más energía, pero durante el día siguiente (que es donde realmente debería quemarla con intensidad) la reserva para prever una situación de estrés y que es el no dormir a la noche siguiente. O dicho de otra forma: el cuerpo ahorra en el día energía que cree que a la noche necesitará por el estrés que le produce el no conciliar el sueño. Y esa es otra causa para que en el día estemos más perezosos.
Sumamos más factores a los ya citados? Como si fuera poco, el no dormir de noche afecta los niveles de glucosa en sangre (glicemia) por la sencilla razón de que la insulina (la hormona pancreática que hace que la glucosa consumida se almacene en el hígado y se utilice en la generación de energía) no solo se produjera en menor cantidad en los individuos que duermen menos, sino que las propias células del cuerpo desarrollen una resistencia a la misma, siendo esta resistencia la base de lo que en medicina llamamos enfermedad metabólica: el cuerpo no usa la glucosa, sino que la convierte en grasa depositándola en todos los lados menos saludables del cuerpo. El riesgo de diabetes aumenta en un drástico 50% en los pacientes que no duermen bien!!!
Cuando en el consultorio hablo de dormir bien no me refiero solo a la cantidad de sueño, sino también a la calidad. Es muy importante que se produzca lo que conocemos como sueño reparador y que no es otra cosa que el ingreso en una fase del sueño donde el cerebro encuentra la actividad necesaria para repararse, consolidar la memoria y el aprendizaje, y otras funciones básicas de su funcionamiento y de las que he hablado en otras entregas de esta columna. Pero también en esta fase de sueño profundo que acontece generalmente en la primera mitad de la noche y donde se produce todo lo citado en el cerebro, también circulan por el organismo muchas hormonas que afectan al metabolismo de la glucosa. Y es que cuando descansamos, el cerebro se nutre exclusivamente de glucosa, por lo que se accionan los mecanismos para “darle de comer”: aunque su demanda global de glucosa es menor en el sueño profundo que en la vigilia.
Sin embargo, algunas áreas “hierven” de actividad consumiendo muchísima glucosa en el sueño: en el lóbulo frontal, el prosencéfalo basal y el hipocampo: son las áreas con las que “se sueña” y la última, la de la memoria, la que trae al escenario de los sueños (motivo de nuestra columna de la semana que viene) los contenidos de la memoria que vuelven a almacenarse en el mismo hipocampo reforzados por la actividad onírica (la del sueño). Veremos que lo estudiado se recuerda más después de dormir un momento y es porque el sueño consolida la memoria almacenando lo guardado en la efímera corteza en el almacén real que es el hipocampo. Pero eso solo lo hace si cuenta con la reserva energética correspondiente: solo memorizamos con ayuda del sueño cuando nuestros niveles de glucosa son buenos.
Cuando dormimos mal desayunamos más. Eso es porque, pese a estar desconectado el centro del hambre, el cerebro es sensible a los bajones de glucosa y cuando no se duerme bien como vimos, el cerebro trabaja globalmente más y consume las reservas. Entonces el desayuno es pantagruélico; muchos carbohidratos y grasas “malas”.
Todo esto por acción de unas hormonas producidas en una parte del sistema nervioso llamado hipotálamo y que se conocen como orexinas, las cuales son fundamentales para mantenernos despiertos durante el día. Cuando esta parte del hipotálamo se daña y no se producen orexinas, la persona padece narcolepsia, es decir, se duerme en cualquier momento y lugar durante el día. Entonces, si dormimos mal tenemos consumo de glucosa en exceso y definitivamente, lo compensamos comiendo en exceso durante el desayuno... y el resto del día.
Está comprobado entonces que dormir poco y mal engorda. Esto es de notar en la epidemia de obesidad en adolescentes prendidos al celular todas las noches, durmiendo poco y devorándoselo todo al día siguiente. Corregir esto en ellos y en las personas que desean adelgazar, pero no lo consiguen con facilidad sería un gran paso hacia la salud integral de todos. Porque el dormir poco no solo engorda y afecta nuestra salud, sino que definitivamente nos tiene DE LA CABEZA.