- Por Augusto Dos Santos
- Analista
Se ha convertido en una praxis del nuevo milenio culpar a la comunicación de los problemas de gestión; la comunicación es una parte de la gestión, pero no es, ni mucho menos, toda ella: la más importante es la gestión administrativa y política. Sin embargo, adjudicar a la comunicación la ausencia de talento de un gobernante se ha establecido como una puerta de emergencia cuando la ausencia de gestión no tiene explicaciones.
Ello es sumamente pernicioso porque al desviar el foco de la crítica se pierde una brillante oportunidad para la autocrítica. Es como decir que el humo tiene la culpa, en tanto lo que quemó todo es el fuego.
Es cierto que existen comunicaciones que merecen palos como la absoluta ausencia de ideas de la comunicación política del gobierno municipal de Mario Ferreiro (lo último fue colocarlo al golpeado intendente con una ridícula bandera a cuadros en una expocamiones en la Costanera mientras la ciudadanía ardía de rabia porque sufría el congestionamiento del tránsito por culpa de una expocamiones en la Costanera) y es cierto que varios de los tuiteros del gobierno de Mario Abdo son tan malos que terminan cumpliendo un rol, se convierten en tema de diversión; es cierto que los comunicadores del actual gobierno no lograron encajar UN solo relato interesante en el curso del año.
Pero aun si a la comunicación de gobierno y a sus comunicadores no se les cae una idea en un año de gestión, aun así no son los culpables de la mala gestión. Finalmente no podemos culpar a Jack el destripador de la violencia en el mundo y mucho menos de la neblina londinense.
El problema es la ausencia de un enfoque proactivo en la gestión del propio presidente o su gabinete, que el señor Abdo todavía está a tiempo de corregir antes de sufrir más barquinazos.
El ejemplo más elocuente ha sido un discurso suyo de los últimos días en el cual criticaba a los que “no le pudieron ganar las elecciones”. Parece increíble, pero es verdad. Un presidente debe andar por el mundo hablando de sus sueños de estadista, sobrevolando el conflicto innecesario y nunca histeriqueando por sus molestias de uña encarnada, un estadista se ocupa de transmitir a los ciudadanos el retrato de un futuro mejor y su actitud debe ser convocante de los amigos y no amigos, de los Cerros y los Olimpias y lo peor que le puede pasar es que siga detenido en riñas electorales, fijaciones o paranoias.
No son los “que no nos pudieron ganar las elecciones” los que produjeron la masacre en la penitenciaría ni los que paralizaron las obras públicas o generaron la crisis última de IPS; es la propia gestión que merece ser revisada. Sin autocrítica no se puede.
Falta un mes y 20 días para que concluya el primer año de gestión. El Gobierno puede hacer “la gran Toledo” (en referencia a Alejandro Toledo, quien culpaba de todo a la comunicación ) o evaluar en serio su año con bajas calorías.
Pueden hacer lo primero, culparle a la comunicación, y muchos le van a creer porque –de hecho– la falta de talento de muchas de sus estrategias se puede ver sin la ayuda de un microscopio. Pero también es cierto que la responsabilidad central del Gobierno es sobre las artes de gobernar, no sobre las artes de comunicar. Y allí los gobernantes y burócratas tienen que ensayar una explicación sobre por qué hay fuego, sin culparle al pobre humo.