El título daría a creer que Celeste Ng tiene un fetiche con la piromanía; pero cuando terminás su novela entendés que el tema es un poco más metafórico. Lo que le gusta es la idea renovadora del fuego: abrir caminos nuevos, vivir vidas no convencionales, animarse a desafiar lo establecido. Lo que le gusta es la gente que se sale del molde, y ni hablar de la que lo rompe. De la gente que enciende la luz en un mundo a oscuras.
Shaker Heights es un suburbio de Cleveland, Ohio, con veleidades de progresista, como sus habitantes. Pero absolutamente todo allí está planificado, desde el trazado de las calles hasta el color de las casas, pasando, por supuesto, por el tipo de exitosas vidas que llevan sus residentes. Y Elena Richardson, junto con su esposo y sus hijos, es la encarnación perfecta de este espíritu y del principio que le da sustento: cumplir las reglas no escritas que logran convertir en “ideal” la existencia de todos.
Pero, aquí es donde aparecen Mia Warren y su hija adolescente Pearl. Mia es una artista con un halo de misterio, una madre soltera sin lazo alguno con el pasado, que, sin embargo, parece huir de algo. Un semestre es el plazo máximo de tiempo que se permiten permanecer en cada lugar. Pearl solo sueña terminar la secundaria, pasar un año entero, en un solo colegio. Elena, la filántropa de entrecasa, en su obra buena del mes, le alquila a un precio irrisorio una casa a Mia, y pronto se va entablando una relación más cercana entre ambas familias. Los cuatro hijos de los Richardson, de alguna forma u otra, se ven atraídos por las nuevas vecinas, aunque Mia mantiene siempre su distancia, junto con un desdén por el status quo que amenaza con poner patas para arriba el cuidado orden de la comunidad.
Cuando un matrimonio amigo de los Richardson adopta a una bebita de origen chino-americano, se desata una batalla legal por su custodia con la madre biológica que hace estallar a Shaker Heights y pone a Elena y Mia en esquinas opuestas del ring. Elena sospecha de Mia y sus verdaderos motivos, y se dispone a descubrir sus secretos. Pero al hacerlo, las consecuencias son inesperadas y el costo, para todos, devastador:
“A veces hace falta quemarlo todo hasta los cimientos y empezar de nuevo. Luego de la quemazón, el suelo es más rico, y pueden crecer cosas nuevas. La gente también es así. Empiezan de nuevo. Encuentran la forma”.