- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
Argentina dispone de un Sistema para el Reconocimiento Facial de Prófugos. Es el anuncio más reciente en pos de la seguridad ciudadana que opera a través del Sistema Público Integral de Video Vigilancia y en línea con la Red Integral de Monitoreo de la Ciudad, capital de este país.
En ese contexto, los 206 Km2 del territorio autónomo porteño, su población residente y quienes la transitan, son mirados por 6.114 cámaras de seguridad en la vía pública, 4.000 instaladas en los transportes colectivos y 850 en el subterráneo. Para que nada ni nadie quede desprotegido, mediante el anillo digital de seguridad, se pone el ojo sobre todo tipo de vehículos que atraviesen en el sentido que fuere cualquiera de los 73 accesos y egresos a la ciudad, la totalidad de la autopista Buenos Aires-La Plata y la avenida General Paz, la vía que circunvala esa megalópolis de alta complejidad, que cuenta con 52 pórticos con cámaras lectoras de patentes.
A las y los que jugamos el juego de vivir cada día, nos pusieron el VAR (videoarbitraje). En pocas horas de aplicación, siete jugadores volvieron a los vestuarios, con tarjeta roja. “Ya se identificaron 11 casos (personas), de los cuales siete pudieron ser detenidos, identificados y puestos a disposición de la Justicia”, reportó Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno capitalino.
El eje tecnológico sobre el que se apoya la operación de este tipo de sistemas para el control social se basa en el reconocimiento facial. Un up grade de la vetusta y artesanal práctica policial global que, en el ámbito rioplatense, se conoce como “portación de cara”. La identificación biométrica (huellas digitales, ojos, iris, caras) registrada en millones de bases de datos –sea informe públicamente o no– coadyuvan a la efectividad sistémica. Nada nuevo en la aldea global. Esas redes, a su vez, aportan datos útiles para la confección de perfiles de comportamiento que también son exhaustivamente estudiados por especialistas de los cuerpos policiales de donde se quiera imaginar.
Los desarrollos tecnológicos no son buenos ni malos. Sin embargo, en todo sistema de control social –más allá de las fortalezas que incansablemente exhiben los controladores– es preciso también enarbolar las debilidades, que deben ser destacadas por los controlados. ¿Hasta dónde quieren llegar estos tipos? ¿Explican con transparencia lo que hacen con los datos de las poblaciones controladas? ¿Reportan si también rastrean las redes a las que voluntariamente las ciudadanas y ciudadanos en red aportan fotos y millones de detalles sobre sus vidas personales, más aún, en tiempos de Internet móvil, geolocalizaciones y cuando está cerca de llegar 5G y la internet de las cosas? ¿Quiénes auditan esos sistemas y a quienes los operan en tiempo real para evitar que se vulneren derechos esenciales?
Reporta The New York Times que Jorge Molina, “fue arrestado” por la policía en Phoenix (USA) porque “tenían datos que rastreaban su teléfono hasta el sitio donde le dispararon a un hombre nueve meses antes”. Hasta él llegaron “luego de obtener una orden de registro que requería que Google proporcionara información sobre todos los dispositivos que registró cerca del asesinato, capturando potencialmente el paradero de cualquier persona en el área”. Luego de una semana en la cárcel, lo liberaron. Inocente. Google, Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat, WhatsApp, entre otras tantas plataformas y aplicaciones, son enormes captadoras de informaciones personales y hasta personalísimas. ¡Cuidado con ellas!