- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexfnoguera@hotmail.es
“¿Vos me vas a echar? ¡Qué miedo tengo!” fue la irónica respuesta de nada menos que del presidente de la República cuando una concejal le reclamó su falta de decisiones ante las necesidades de los ciudadanos. El mandatario juntó las manos en tono burlón y reaccionó como un niño malcriado, o como lo hubiera hecho un rey de la antigüedad, seguro de que nada podría apartar sus posaderas del trono.
Sin embargo, dicen que el único rey que voluntariamente abandonó el cargo (sin mencionar a Akihito, que es emperador) -y por hastío- fue un tal Gilgamesh, un hombre que según el tiempo, el olvido y algunas tablillas sumerias, adquirió la inmortalidad. Los demás monarcas, a pesar de ser “descendientes de los dioses”, a pesar de toda su sangre real y de sus pergaminos y legajos... tuvieron que abdicar por mandato de la parca.
“Abdo” y “abdicar” riman extrañamente bien, pero estos tiempos no son para la poesía. En estos momentos es mejor evitar que la risa de los cortesanos suba a la cabeza como vino y brinde una falsa sensación de seguridad.
Allá afuera está el histriónico de Payo con una guacha, que azuza a la plebe en las redes sociales y en las calles. Allá afuera está la gente cansada viendo cómo el dólar trepa sin control mientras la economía se retrae y los sueldos de los amigos “de arriba” llenan como catarata los bolsillos mediante digitaciones sin mérito.
Allá afuera Hacienda prepara nuevos paquetes de impuestos como los desalmados recaudadores de Nottingham... en una época en que los commodities perdieron su valor.
Allá afuera la ciudadanía se reúne con carteles frente a piquetes de la Policía y derriba las barreras de metal que deberían impedirles el paso, allá están los huevos que se estrellan contra los vehículos de los parlamentarios como escupitajos de indignación.
Los escrachadores toman nota. Saben qué diputado salió a favor y cual senador en contra. Anotan. Se les agotó la paciencia. Hasta las otrora invencibles listas sábana, que representaban la seguridad del poder político amañado, comienzan a tambalear.
¿Vos me vas a echar? ¿Eso habrá pensado Sansón cuando miraba a Dalila? ¿O cuando el gigante Goliat observaba atónito al escuálido David dando vueltas su onda en frente de él? ¿O Aquiles, el mayor guerrero de la historia, cuando extraía una insignificante flecha de su tobillo?
Sentir un poco de miedo es a veces una forma de ganar sabiduría, pero demasiado miedo también resulta contraproducente, porque paraliza. El hombre prudente debe encontrar el equilibrio.
La falta de miedo puede envalentonar al tonto y convertir en temeraria a la persona inteligente. Este segundo caso es el que hoy nos ocupa y preocupa y no el primero.
Y es que esta semana, después de años de chicanas, finalmente recibió condena el ex fiscal Rubén Villalba. El proceso por cohecho pasivo agravado acabó con una irrisoria pena (que no tiene nada de graciosa) de dos años de cárcel “con suspensión condicional de la ejecución”. Es decir, no va a ir a prisión.
El desencanto de la ciudadanía hacia esta clase de Justicia hace que la atención no sólo se centre en el que pregona ser “de la gente” y también en el accionar de los congresistas, sino que ahora además, en la impunidad de los que administran los intereses de Astrea.
Cuando la vergüenza por la exigua condena de Villalba aún no se había asimilado, dos días después otro fiscal, Miguel Vera, fue descubierto con G. 15 millones que había pedido -supuestamente- para beneficiar a una persona en una causa penal.
Según la mitología, Astrea, la diosa de la Justicia, hija de la Prudencia y del Pudor, gobernó a los hombres durante la Edad de Oro, pero se marchó al cielo. El hombre atravesó la Edad de Plata, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro.
Hoy la balanza de la diosa griega pesa más de un lado, por eso es fácil entender porqué las cárceles están sobrepobladas de ladrones de poca monta y los fiscales que deberían investigar a los malhechores se atreven a torcer el equilibrio de la Justicia.
Estos no son tontos envalentonados, sino que son inteligentes descuidados debido a la impunidad con que operan. Y cuando son sorprendidos, la misma ley los ampara.
Los fiscales lucran con deshonestidad, los jueces dilatan los procesos y los abogados engañan a sus clientes. No existe miedo, reina la impunidad. Es bueno que se sientan confiados porque es cuando cometen errores.
Tal vez la renovación de los miembros de la Corte Suprema sirva para que el afán de los justos vuelva a ser realidad y no una risa que resuena como un eco preguntando ¿Vos me vas a echar? ¿Vos me vas a echar?