- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
El papa Francisco habló sobre los abusos cometidos dentro del ámbito eclesial. Lo hizo al término de un encuentro con altos prelados que lideró en el Vaticano semanas atrás “ante este flagelo de abuso sexual perpetrado por hombres de la Iglesia en detrimento de menores”.
El Pontífice habló luego de cuatro años desde que se estrenara “Primera Plana” (Spotlight), el filme que revelara los graves hechos que curas católicos cometieron contra niños a los que tenían la obligación –el compromiso– de educar, de formar, de cuidar y proteger en los Estados Unidos.
La investigación que desarrollaron los periodistas del diario The Boston Globe es de tanta calidad y contundencia que, recién a partir de esas publicaciones, 80 víctimas del sacerdote John Geogham y sus encubridores pudieron comenzar a recuperarse. Algunos lo consiguieron. Desde entonces, los casos de abuso que se hicieron públicos se multiplicaron. Además de niños, niñas y jóvenes, los abusados también son curas y monjas.
Recientemente, el cardenal George Pell (78), en Australia –responsable de las finanzas en el Vaticano–, fue declarado culpable de cinco cargos de abuso sexual de menores por un tribunal de Melbourne. Podría recibir una pena de hasta 50 años de cárcel.
La semana pasada, otro cardenal, Philippe Barbarin (68), esta vez en Francia, fue condenado a seis meses de cárcel con exención de cumplimiento de pena por un tribunal de Lyon que lo encontró “culpable de no denunciar el abuso” contra un menor de edad en su diócesis, ocurrido entre el 2014 y el 2015.
Contemporáneamente con el conclave se conoció también la existencia de no menos de 50 mil hijos de sacerdotes católicos en unos 175 países, muchos de cuyas historias se registran en el sitio Coping International de internet, que fundara Vincent Doyle (34), irlandés y psicoterapeuta.
El Pontífice –sin mencionar a la “Legión Invisible”, como se alude a los hijos de curas–, al término del cónclave para abordar “la gravedad de la plaga de los abusos sexuales a menores”, el 24 de febrero último, sostuvo que se trata “por desgracia (de) un fenómeno históricamente difuso (que se verifica) en todas las culturas y sociedades”. Reconoció su existencia, propuso abordarlo desde la transculturalidad social y destacó que esas acciones delictivas le “traen a la mente” la “cruel práctica religiosa” de “los ritos paganos” que, “como sacrificios”, se practicaban “frecuentemente en niños”.
“Lo único cierto –dice Francisco en su homilía que distribuye Libreria Editrice Vaticana– es que millones de niños del mundo son víctimas de explotación y de abusos sexuales”. Sostiene que “la primera verdad que emerge es que quien comete los abusos, o sea las violencias físicas, sexuales o emotivas, son sobre todo los padres, los parientes, los maridos de las mujeres niñas, los entrenadores y los educadores”, aunque admite luego que el “teatro de la violencia no es solo el ambiente doméstico, sino también el barrio, la escuela, el deporte y, también, por desgracia, el eclesial”.
El Papa –después de tantas palabras que podrían ser significadas como un intento, vano por cierto, para amortiguar el alto impacto que cada caso de abuso revelado tiene para la Iglesia y su credibilidad institucional, ocho recomendaciones para enfrentar “la plaga” y 16 citas al fin del documento– hace foco sobre los medios y las redes.
“De los estudios efectuados en los últimos años sobre el fenómeno de los abusos sexuales a menores emerge que el desarrollo de la web y de los medios de comunicación ha contribuido a un crecimiento notable de los casos de abuso y violencia perpetrados online”, señala el Sumo Pontífice.
Con algún dejo de indulgencia, el Papa señala a los curas abusadores como “frágiles o enfermos” que, por esas condiciones, “se convierten en instrumento de Satanás” y exige “con humildad y valor reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles”.
Luego, el Papa jesuita exhortó a “transformar este mal en oportunidad de purificación” y compartió con Santa Teresa Benedicta de la Cruz “la certeza de que ‘en la noche más oscura surgen los grandes profetas y los santos’”. Es deseable que así sea. Aunque, tal vez, sea atinado marcar con claridad qué es pecado, qué es delito, hasta dónde llega el derecho canónico y dónde comienza el derecho positivo.