Desde que en 1977 Hollywood estrenara la obra maestra –hasta entonces desconocida– de George Lucas llamada “La guerra de las galaxias”, el mundo no ha sido el mismo. Nuevos conceptos como “la Fuerza” o naves como el “Halcón milenario” que alcanzaban la velocidad de la luz eran magia que se instalaban en la mente de los millones de espectadores que asistían atónitos a la proyección en la pantalla grande.

Tras más de 4 décadas, una de esas propuestas fantásticas de la película, el Landspeeder o Deslizador Terrestre, el icónico auto de Luke Skywalker que podía “flotar” sobre la superficie sin tocar la tierra, cobró vida.

Los prototipos de autos voladores (con alas plegables) dieron paso a la propuesta de taxis con formato de drones... y hasta de motocicletas voladoras que serán utilizadas desde el año que viene por la Policía de Dubai.

Con pereza, pero con decisión, ese mundo que fusiona la fantasía de ayer y el presente con flashes de futuro, comienza a despertar en Paraguay con la propuesta innovadora de vehículos eléctricos.

Un ejemplo es el BCP, que hace unos días informaba sobre el interés que tiene por los medios de transporte movidos con energía renovable, es decir, reemplazar los clásicos motores de combustión interna por los eléctricos. La intención es renovar el 50% de la flota de vehículos del BCP en un lapso de 4 años, es decir, que para el 2022 la mitad de los autos de la institución serán movidos por electricidad, lo que irremediablemente traerá consigo la previsión de rutas verdes que se ramifiquen por todo el país.

Casi todo en el plan de utilizar vehículos eléctricos es muy positivo, aunque en principio representen un costo superior a los tradicionales. Para empezar, dejaremos de ser un país dependiente de los combustibles fósiles, lo que supone una importante erogación de divisas, teniendo en cuenta que Paraguay no los produce, pero sí electricidad.

Otro punto –aún más importante– es que al disminuir la emanación de gases (producto de la combustión) en las ciudades y rutas, la salud de los ciudadanos sentirá un aliciente. Menos problemas pulmonares, menos alergias, menos consultas y quejas contra los deficientes servicios sanitarios públicos.

Y como los motores eléctricos son silenciosos, los irritantes atascamientos de tráfico causarán menos nerviosismo a los conductores. En primer lugar, al detenerse el vehículo, su motor deja de funcionar y automáticamente deja de gastar energía. En segundo lugar, al haber menos “nervios” también se reducen las posibilidades de accidentes y de muertes. Y en tercer lugar, si hubiere un choque, la electricidad no se derrama ni es inflamable como la nafta o el gasoil, a lo sumo podría acarrear un inofensivo cortocircuito. Ni siquiera utilizan radiador, o sea, el motor no tiene agua caliente que pudiera producir quemaduras.

Sin embargo... como en la “Guerra de las galaxias” existe un “lado oscuro” del que nadie aún se ha percatado: las baterías.

Es inevitable la llegada de la nueva tecnología; es cuestión de tiempo, así que debemos estar listos para reciclar o buscar un gigantesco depósito más grande que “La estrella de la muerte” en el que podamos desechar los acumuladores que han sido utilizados.

Y es que las baterías de los vehículos, al tener mayor vida útil, ya no son fabricadas con “ácidos”, plomo y agua destilada, sino que la mayoría utilizan ión-litio. Según Tesla, el mayor desgaste de la batería de un auto eléctrico se produce en los primeros 50.000 km, lapso en que reduce su capacidad en un 5%. En promedio una batería de estas dura unos 8 años.

Al poseer elementos altamente contaminantes, ya no será el aire el que esté en peligro, sino la tierra y los cursos de agua. Y como en tamaño de las baterías es considerable, tras darlas de baja no deberían ser guardadas en el garaje. Una tal vez, pero con el tiempo serán miles, cientos de miles cada 8 años.

Así como cuando compramos nuestro primer smartphone, hace 10 o 15 años, nadie nos advirtió de que en algún momento tendríamos que cambiarle la batería, tampoco nos avisaron lo dañinas que son... y la mayoría de las personas ni siquiera recuerda qué hizo con “la batería vieja”.

Según estadísticas, hace 3 años ya había en Paraguay más celulares que habitantes, es decir, más de 7,5 millones de aparatos, sin tener en cuenta el doble o triple de esa cantidad de baterías en las estanterías de los locales de venta. Si hacemos un cálculo rápido y pensamos que cada batería tiene un grosor de 5 mm, aproximadamente, y que en el país hay hoy al menos 10 millones de baterías de celulares, si las pusiéramos una pegada a la otra la fila fácilmente pasaría Caacupé.

Teniendo en cuenta que unas miden 5 mm y las de los vehículos hasta un metro o más (de los buses), no imagino hasta dónde podría llegar la fila en unos 20 años. Desde ya hay que pensar en cómo reciclar esas nuevas baterías viejas.

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