- Por Augusto dos Santos, analista
Cada tanto, ya sea por la derecha o ya sea por la izquierda, se da inicio o terminan etapas políticas que se pensaron eternas, pero como mucho duraron una decena de años.
Finalmente, aquellos –de derecha o izquierda– que pensaron en ser poderosos por medio siglo terminan agobiados por el castigo por sus excesos, errores o delitos. La cultura latinoamericana no permite aún ver que el poder debe ejercerse con manos de orfebre y no con manopla de pendencieros. Ello obnubila e impide observar que transcurrido algún tiempo (a veces muy poco) el poder desgasta y los electores terminarán migrando hacia mejores sitios donde abrevar sus esperanzas, negando sus fallidas grandes esperanzas anteriores sin empachos.
LA CONVIVENCIA CHILENA
Chile ha demostrado en todos estos años que se puede construir un proceso estable con alternancia. Pero Chile puede tener esa estabilidad porque –increíblemente–, aun emergente de una dura dictadura, supo procrear una generación de hombres y mujeres que aprendió a navegar en democracia con prudencia y sobriedad. Es muy curioso que en una sociedad pisoteada por las botas de Pinochet no surgieran réplicas autoritarias “exitosas” que pusieran en jaque a la democracia como sucedió en diversas experiencias posdictaduras militares de derecha en el continente.
LOS ZOMBIES COMO LAS GOLONDRINAS
El cine tiene un recurso que nunca muere y que como las golondrinas siempre vuelve: el fenómeno zombie. Un señor que ya murió y que resucita para sembrar miedo resuelve muchas cosas, eso lo sabemos desde Lázaro hasta George A. Romero. En la política sucede lo mismo, cada cierto tiempo se escoge a un presidente que muchos opinan que es imposible que pudiera ser presidente, pero lo es, y sirve para revivir todos los miedos sobre lo peor que pueda ocurrirnos. Estos “sustos” de la historia también sirven para desencantarnos de ese paradigma estúpido y multiideológico sobre la sabiduría del pueblo. Los pueblos tienen tanta sabiduría como educación tiene la mayoría de sus miembros. Allí no hay tanta poesía posible.
TRIBU Y VENGANZA
Una de las razones que más enturbia ese mal ensayo de democracia que vivimos es la venganza política. Fruto de la aridez intelectual de nuestra clase política que aún cree que el adversario es un enemigo y que una victoria implica destruirlo. La tribu no puede convivir con dos ideas. La que tiene mayoría gana, la que pierde viaja por el acantilado en alas de la gravedad.
Le escuché decir una vez a Miguel Ángel González Casabianca, en una minúscula reunión en Misiones –década del 90–, que en política perdura quien no perjudica. Era delicioso escucharlo de la boca de un exiliado cuando apenas salíamos de una dictadura, cuya única tarea eficiente fue el perjuicio. Se trata de ello justamente el arte del buen gobierno: el equilibrio de administrar el poder sin perseguir, sin perjudicar, sin herir.
Sabemos que todavía no ha llegado a vislumbrarse una generación capaz de ejercer la política sin los traumas del autoritarismo. Si bien el estronismo es electoralmente un forúnculo menor, la cultura estronista vive y reina en el alma de casi toda la clase política nacional.
Ello se observa en su nula capacidad de disentir, de admitir la crítica, de gozar con el pensamiento de quien se opone.
El problema es que –por algún motivo– ese nuevo pensamiento de la política jamás llegó, pese a transcurrir 30 años de transición. (En verdad y en rigor nunca hubo transición. Lo que hubo fue un sempiterno camino hacia el cambio en el que el único ausente ha sido –justamente– el cambio).
¿POR QUÉ NO LLEGO?
Probablemente, el factor ralentizante del cambio político real ha sido el clientelismo. Ningún partido político que arribó al poder desde 1989, incluyendo a progresistas y al PLRA, ha logrado desembarazarse de este problema oncológico de nuestra democracia.
Al construirse sobre la tierra movediza del prebendarismo, la transición no tuvo leales a la democracia, sino lactantes vampirescos de sus generosas ubres. Hoy en día es repugnante la forma como el Estado financia la vida de la gente, que en condiciones normales tendría que estar trabajando y generando riquezas.
EDUCACIÓN MATA ZOMBIES
Mientras no se remueva el clientelismo, la democracia de calidad certificable tendrá que esperar. Y tampoco llegarán las nuevas generaciones que tanto estamos esperando.
Zombies de todos los colores, diseños e ideología seguirán retornando y seguiremos aplaudiendo de inicio y aborreciéndolos de salida como siempre hasta el día glorioso en que dividiéramos aprender que civilidad no es un problema de urnas electrónicas, de leyes electorales o de ciencias políticas, es un simple asunto de libros, pupitre y pizarrón. Educación mata zombies.