• Por Guillermo Ramírez
  • Gerente de GEN

Desde hace una semana que uno de los temas principales de conversación en todo el mundo es lo que ocurrió con el partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores, esa que los medios de prensa, envueltos en el manto de la inocencia fingida, decidieron apodar “La final del mundo”.

Al final no hubo final porque un grupo de personas decidió que arrojar piedras y botellas a un bus repleto de gente era una buena idea. Que se juega, que no se juega y hoy sabemos que la segunda final de la Libertadores de América se juega en Europa, ese continente del cual nos liberamos en un primer momento. Aprovecho este espacio para levantar mi copa de champaña y brindar por la bella factura de una de las mejores ironías de la historia.

Volviendo a la suspensión del partido, la prensa en general decidió, como siempre, hablar de la violencia como una excepción dentro del universo que rodea al fútbol cuando en realidad creo que es momento de que hablemos de ella como la norma, la excepción son los partidos en los cuales no hay heridos o incluso muertos. Que el problema son las barras organizadas; no, que son los dirigentes que hacen negocios con esos barras; no, que el problema son las fuerzas del orden que no ordenan y que, encima, terminan desordenando; no, el problema es la sociedad entera, que está podrida y esto es solo un reflejo.

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Las teorías corrieron de aquí para allá en los programas deportivos, que se encargaron de analizar la superficie de la situación, e inclusive en programas de análisis político o social, en donde se intentó escarbar un poco más, pero las respuestas seguían flotando apenas por debajo de lo epidérmico.

A ver, que todo lo expuesto arriba es cierto, pero para que ello ocurra se necesita de un sistema que permita, primero, la existencia de los barrabravas, que permita que estos formen parte de la estructura de gobernanza de un club social, que permita la inoperancia de las autoridades. Hilando más fino aún, lo único que tenemos que analizar es por qué tenemos barras, porque una barra organizada obtiene dinero, cómo lo obtiene es para otro análisis, y con dinero puede comprar todos los otros puntos. Lo que tenemos que analizar, y no se analiza como se debe en los medios masivos de comunicación, es que el sistema que permitió que le lluevan piedras al bus de Boca Juniors existe gracias a la desigualdad social.

La desigualdad social es una circunstancia socioeconómica en la que un colectivo o comunidad son tratados de manera diferente por los demás sujetos o grupos de su entorno. Una de las manifestaciones más comunes de la desigualdad es la de acceso a educación y salud, dos componentes básicos para el desarrollo social pleno de una persona. Hay una relación de dependencia muy grande entre la desigualdad en el acceso a salud y educación de calidad y el surgimiento de grupos violentos, como los barrabravas.

Son chicos que desde muy chicos quedaron “fuera del sistema”, sin acceso a una nutrición temprana adecuada, sin acceso a una educación básica de calidad, y por ello, cuando crecen, no tienen las herramienta necesarias para competir por puestos de trabajo que les permitan mejorar su calidad de vida. El lado obscuro del mundo fútbol recluta a estos chicos abandonados por “el sistema”, vacíos de cualquier propósito, y los llena de la retórica violenta de la identidad tribal que los caracteriza, nosotros versus todos los demás.

Son estos chicos abandonados por el Estado, en su forma de red de contención para evitar la caída en el infortunio, los que, llevando a la praxis la teoría de la defensa territorial, los que arrojan piedras, rompen barandas, pegan, disparan, matan. Porque la violencia es la expresión de la rabia contenida por saberse unos parias, por reconocerse como los excluidos por todos.

Y a estos chicos no los vamos a recuperar con pasos por la comisaría o la cárcel, no los vamos a reformar con castigos ni con humillaciones. Los vamos a poder reincorporar cuando les devolvamos la dignidad de ser humanos desde la inclusión a nuestros sistemas, que necesitan ser más eficientes y modernos para poder contenerlos.

Es esta misma ausencia de oportunidades la que permite que el EPP siga reclutando niños, porque ellos les dan alimento, techo, les enseñan a leer, les proveen de un propósito. Al EPP no lo vamos a derrotar con balas, sino con rutas, con escuelas, con hospitales, con parques, con canchas de fútbol y con bibliotecas, con costaneras. A la violencia, sea la de los barras o la de los guerrilleros no la vamos a derrotar con más violencia, sino con la dignidad de sentirse parte de una sociedad que los quiere y necesita.

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