- Por Augusto dos Santos
Nuestro Presidente se encuentra en Taiwán. Si no fuera porque decidimos hace mucho darle la espalda a nuestras autoridades, tendría que ser un hecho casi emocionante que nuestro Presidente se encuentre tan lejos en un país tan respetuoso y con milenaria cultura.
Por esto último, no habrá sido fácil dar explicaciones sobre el hecho que una alta autoridad del gobierno visitante estuvo toqueteando a una funcionaria del gobierno anfitrión mientras el Presidente visitante y la presidenta anfitriona intercambiaban atenciones.
Imaginen nada más que esa añeja cordialidad oriental que venera el respeto al visitante los llevó incluso a desempolvar antiguas fotos del tiempo en que el padre de nuestro Presidente era una potente autoridad al lado del ex dictador.
No habrá sido fácil explicar que mientras todo eso sucedía, el hombre encargado de administrar el flujo de migración hacia y desde el Paraguay, tarea delicada como pocas, se encontraba deslizando su peluda mano sobre la pantorrilla de una joven traductora que, muerta del espanto, llegó hasta la policía a denunciarle a uno de los cargos principales del Ministerio del Interior del Paraguay.
Yo no dudo que una junta de estrategas se habrá reunido de urgencia para determinar dos cosas: sugerir –sin dilación– una patada en medio de los glúteos para esta mezcla de burócrata y kurupi y ver cómo formular en inglés, alemán o chino mandarín un sentido pedido de disculpas al Gobierno de Taiwán.
En fin. Todo hubiera concluido con un bochorno histórico y la seguridad del rápido retorno del “aparato” al Paraguay.
PERO NO ME VAS A CREER
Queremos imaginar que ayer, a las 6:00 de Paraguay y las 19:00 de Taiwán, pudo haber sonado el celular del canciller Castiglioni. Sin despeinarse, pero retirando delicadamente sus gafas, habría contestado: “¿Hola?”. Del otro lado de la línea, una voz le habría dicho: “Señor ministro, usted no me va a creer”.
“¿Qué pasó?”, habría insistido Castiglioni. Y la voz le habría respondido: “¿Se acuerda que trabajamos un día para aliviar con Taiwán el bochorno de nuestro funcionario toqueteador? Bueno, pasó lo peor, nuestros correligionarios de la vecindad de este hombre organizaron una recepción en el aeropuerto donde las voces más suaves que se escucharon fueron ‘¡Muerte a Taiwán!’, o que, perdone señor por la expresión, ‘la traductora era una burda mujer de aparato sexual enojadizo’. Después agregaron unas cuantas cosas más, señor, que no le voy a repetir”.
El canciller cortó la llamada. El sol en Taiwán se había puesto ayer a las 1.832, minutos antes de la comunicación, por lo tanto, desde la ventana de su habitación miró esa bella Taipéi tan encendida en luces.
“¿Y esto cómo explico ahora?”, se habría preguntado entre fastidio y los últimos agobios del jet lag.