Con gran regocijo hace unos días la ciencia terrestre anunció que había encontrado agua líquida bajo el hielo del polo sur de Marte. El descubrimiento se lo acreditaron a investigadores italianos, gracias a los datos enviados por la sonda europea Mars Express.

El hecho es fundamental por dos motivos; el primero, porque el agua es el elemento indispensable para que haya vida en un planeta, es decir, si existe ese líquido vital es que se abre la remota posibilidad de que alguna vez hubo vida en ese planeta, si es que la hubo. ¡Pudieron existir los marcianos!

La segunda razón, y más importante de que haya agua en el planeta rojo –además de corroborar la posibilidad de vida extraterrestre– es que se abre la oportunidad de que el ser humano piense seriamente en colonizar ese nuevo mundo.

No va a ser fácil. Esta vez no serán románticas carabelas hechas de madera y esperanzas las que atraviesen el océano Atlántico, sino sofisticadas naves que transporten terrícolas con su tecnología y soporte vital para hacer frente a mil peligros. La apuesta sería más riesgosa que sembrar una semilla en el desierto.

El panorama se complica porque no es cuestión de hacer, como en las películas, un lanzamiento desde Cabo Cañaveral y aterrizar (o mejor amartizar) sobre una confortable y segura pista asfaltada. No. Es más difícil de lo que se piensa, primero porque no hay una sola distancia de la Tierra a Marte, sino varias. Debido a su órbita elíptica alrededor del Sol, ambos planetas pueden estar “cerca”, a unos 59 millones de kilómetros, o “lejos”, a aproximadamente 102 millones de kilómetros. Además, debido a su alejamiento del astro rey, la temperatura es muy inferior a la que nosotros estamos acostumbrados, pudiendo alcanzar los -143 °C, sin mencionar las gigantescas tormentas de polvo que alcanzan nivel planetario o los gases –como el metano– que cubren la superficie. En síntesis, los conquistadores que se animen a abordar las sofisticadas carabelas del siglo XXI o XXII tendrán que vérselas con serias dificultades.

Según pasan los años, la situación de la naturaleza en la Tierra pinta cada vez peor, aunque todavía no llegamos a los extremos marcianos. Pero sí, las secuelas del cambio climático son notorias en todas partes y algunos científicos aseguran que ya son irreversibles.

Pese al esfuerzo de ecologistas, la industrialización y el consumismo están matando el planeta. Mientras que unos hacen chistes y piden que se salve a la Tierra “porque es el único planeta que tiene cerveza”, otros lanzan su desesperada voz de alarma. La inmensa mayoría de los seres humanos está consciente de que “algo hay que hacer”, pero sigue tirando los papeles por las ventanillas del automóvil y las bolsitas de plástico con basura a los raudales cuando llueve.

El químico alemán Karl Ziegler, inventor del polietileno en 1953, y el italiano Giullio Natta, descubridor del polipropileno en 1954, jamás pensaron que su aporte en el futuro sería tan mal utilizado y sobre todo las consecuencias que tendrían para la naturaleza.

Lo que hace apenas unos años inicialmente se llamó “una mancha” de plástico en el océano Pacífico (entre EEUU y Japón) pronto se convirtió en “una isla” y ahora por su creciente tamaño ya se la considera todo “un continente” de deshechos plásticos, que está matando la vida marina como la conocemos.

Pese a los oscuros pronósticos, ayer un rayo de luz se asomó por entre los negros nubarrones con la noticia impactante de que una empresa chilena crea bolsas de plástico solubles en agua y que no contaminan el ambiente. Y lo más increíble, una vez disueltas estas bolas de plástico en el agua ¡son bebibles!, como lo demostraron en una conferencia sus creadores.

Según AFP, los responsables de este prodigio de bolsas biodegradables son Roberto Astete y Cristian Olivares, de la firma SoluBag, quienes basan su descubrimiento en derivados de una caliza no contaminante en vez de los perjudiciales derivados del petróleo.

Astete explicó a los presentes en la rueda de prensa que una vez diluida la bolsa que ellos fabrican, lo único que queda en el agua es carbono, así que sin pérdida de tiempo tomó el vaso que contenía el líquido y se lo bebió, demostrando su confianza en el trabajo realizado con Olivares.

Pronto esas nuevas bolsas comenzarán a ser comercializadas y, como es natural, surgen las preguntas. Por ejemplo, ¿cómo ir al supermercado con esas bolsas en un día de lluvia si se diluyen con el agua? Pues, el emprendedor indicó que las bolsas se diluyen a cierta temperatura, así que no habría que preocuparse por eso.

Lo importante es que estas nuevas bolsas desaparecen en pocos minutos sin producir daño al medio ambiente, no como el tradicional aporte de los científicos Ziegler y Natta, que permanecen durante cientos de años contaminando la faz de la Tierra. Una muy buena noticia para los ecologistas… y para los amantes de la cerveza. ¡Salud!

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