Desde que nuestros abuelos eran pequeños los anuncios de ventas callejeras más conocidos son “¡Chipa, chipa Barreroooooooo.... de Juan Ramón Ayala!” y “¡Chura, chura chura churaaaaaa.... mondongo, librillo, cuajo, riñón, hígado, chinchulín.... chura churaaaaaaaa!”. El que no los escuchó no puede decir que haya vivido en Paraguay. Lo que los hizo muy característicos fueron aquellos megáfonos potenciados con energía de las baterías de los propios vehículos, que tradicionalmente comenzaban la jornada atestados de chipas y/o menudencias. Tenían un tono agudo peculiar y un alto volumen, pudiendo ser escuchados desde 300 metros o más, dependiendo de la dirección del viento.

Tan acostumbrados estábamos a estas formas de compra-venta de alimentos que hasta me arriesgo a decir que pasaron a ser una tradición, sin que se haya escuchado quejas por sus apariciones todos los días. Al contrario, eran muy bien vistos por el servicio que cumplían. Se los escuchaba temprano, a la media mañana, al mediodía o a la tarde. Sea como sea, la hora que sea, siempre fueron bienvenidos, con más razón porque antes los productos iban a las casas y no al revés. Las amas de casas aguardaban también con impaciencia, a la hora del tereré, a verduleras y fruteras, quienes se anunciaban a viva voz o con aplausos en cada hogar. Apenas podían caminar con sus canastos llenos de productos. El menú del día dependía a veces de lo mucho o poco que podían ofertar aquellas sacrificadas trabajadoras. A la par, los canillitas ofrecían a gritos los periódicos de circulación nacional, generalmente en horas de la madrugada. ¿Acaso se pueden olvidar las propagandas en los barrios de los estrenos de películas de cines de los años 70 y 80 difundidas mediante megáfonos?

Con los años se sumaron otros con la misma técnica de promoción con muy buenos resultados comerciales. Esta modalidad de venta con altoparlantes subsiste, por ser efectiva. Pero los tiempos han cambiado, ya que los más jóvenes poco o nada comprenden la riqueza histórica detrás de las bocinas o voces como “¡chipa chipa chipa...!” o “¡chura chura chura...!”. Por lo visto suenan estridentes al oído de algunos. La vida tranquila y parsimoniosa de antes, por lo visto, ya fue. La vida acelerada actual cambia conductas, evidentemente. Así, la tolerancia se va convirtiendo en un valor que es de lujo y la impaciencia y el estrés van ganando terreno. Es por eso que ya casi cualquier cosa es “ruido” para mucha gente.

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Para empeorar las cosas, en los últimos años irrumpieron con fuerza las motos con ruidosos “roncadores” en las calles, pasando a ser quizá los más odiados en los casi 250 municipios de la República. No se quedan atrás los camiones de cargas de gran porte y transportes de pasajeros que muchas veces son demasiados ruidosos porque utilizan caños de escapes sin silenciadores. Lo que es peor, en un alto porcentaje tienen sus motores con grandes desgastes y emiten gases tóxicos (blancos o negros). Para completar, existen miles de autos “tuneados” con los más potentes altavoces que a cualquier hora molestan a los vecinos –y trabajadores– con músicas a volúmenes escandalosos.

Estamos haciendo referencia a problemas que son una bomba de tiempo, un “combo perfecto”: polución sonora y polución ambiental. Asunción está sitiada de estos desubicados. Los demás municipios también. Pululan en rutas, avenidas y calles angostas. Son como “imanes” que atraen a bebedores a los costados de nuestras rutas y calles asfaltadas. Estos encuentros sirven para organizar carreras que terminan muchas veces en accidentes fatales. Lo más grave: nadie pone orden.

Estos episodios de la vida real vienen al caso a propósito de una queja de un farandulero muy criticada porque no podía dormir debido a los altavoces de un vendedor de chipas. Existen muchísimos y peores ruidos que irritan cuyos actores merecen una fuerte sanción, pero por lo visto “molesta” solamente el que ofrece una rica chipa. La gente tiene derecho a descansar y a decir lo que quiera en sus redes sociales personales, aunque le genere miles de burlas e inspire memes de todo tipo. Ese es otro tema.

Lo que es preocupante y reprochable es la actitud del intendente de Asunción, quien en vez de escuchar y atender rápido los problemas y preocupaciones comunes de los contribuyentes de la capital del país –que son muchos–, como debería ser, se toma la molestia y dedica tiempo en responder a gente conocida, diciendo que perseguiría a los vendedores de chipas. No es lo que se espera de un jefe comunal. Lo que hizo es oportunismo mediático en busca de flashes y cámaras, sin medir las consecuencias y la reacción de la ciudadanía. Buscó justificar sus dichos luego señalando que el chipero no era el problema, aunque poco tarde.

El ex DJ y colegas del país deberían pedir a su agente y fiscalizadores que salgan de sus oficinas a sacar de circulación a los que conducen motos, camiones y autos con “escape libre”, y a multar a los que circulan al ritmo de estruendosas músicas. Haciendo solo esto, se ganarán el cariño de miles de ciudadanos y reducirán al mínimo los ruidos en los barrios, inclusive donde viven los faranduleros que tanto les preocupa.

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