- Por Jorge Torres Romero
- Periodista
La típica frase a la que alude el título se refiere al hecho de soportar algo o a alguien ciertamente desagradable, que no es de nuestro agrado. Los sapos y las culebras son animales que, sobre todo en la iconografía religiosa, tradicionalmente simbolizan el pecado, la blasfemia, lo demoníaco, lo más negativo.
A lo largo de las últimas campañas electorales afloraron para uno u otro sector los demonios, pecadores, malos, golpistas, violadores de la Constitución, estronistas, corruptos, mercenarios o la aparición del mismo Lucifer a punto a condenar al Paraguay entero al mismo infierno.
Todo lo dicho y exaltado en los tiempos electorales quizás sea cierto, pero terminada la primera contienda, pareciera que todo aquello que se dijo o denunció no era tan real ni contundente y que en realidad la coyuntura obliga a tragarse los sapos y culebras que abundan en nuestra fauna política.
¿Cómo creer en ese político que ayer fustigaba con furia contra su contrincante ocasional y hoy está, con ese mismo, confundido en un interminable abrazo? O al otro, que ayer representaba para él, su hoy aliado, la figura misma de la traición y promotor de su caída política.
Esto evidencia que los discursos en tiempos electorales son solo eso, discursos. Debemos aprender que de nada sirve insistir solo en esa línea de pretender mostrar lo malo o perverso que es el otro, porque en corto o mediano plazo terminará siendo un aliado estratégico con quien necesariamente deberán trabajar.
Uno supone ahora, que en estos meses de campaña que quedan para las generales del 22 de abril, que los dos candidatos en pugna por la Presidencia de la República, por la afinidad discursiva que desarrollaron para desmarcarse del oficialismo, evitarán "pegarse" y apuntalarían a trabajar sobre planes y proyectos concretos capaz de generar, por lo menos, la previsibilidad de un país serio.
Pero si ingresamos de vuelta en esa línea de resaltar lo peor de cada uno y desde los medios nos distraemos con eso, vamos a seguir postergando los asuntos que deben importarnos. Por ejemplo, ¿Cómo se sanea una Justicia que agoniza en la pestilencia de la corrupción y que no distingue colores?
En este tramo de la contienda electoral definitoria es imposible augurar un final cantado. Ni el logro del "abrazo republicano" ni la oposición más unida que nunca garantizarán los resultados.
Ambos sectores tienen las herramientas para seducir al electorado, que insisto, no está simplemente en mostrar quién tiene en su entorno menos cantidad de sapos y culebras, porque así como en uno está un González Daher, en el otro aparece un Portillo. La seducción se dará en quien plantee mejor las alternativas para avanzar hacia adelante.
Puede ser este un buen momento para determinar cómo se puede seguir construyendo, entre todos, un país en desarrollo y crecimiento constante. Será determinante continuar con lo bueno que se ha hecho, descartar lo torcido que hubo y diseñar para adelante. Si no congeniamos esto, volvemos para atrás, con los vicios de antes, mostrando al mundo un país impredecible que ahuyenta las inversiones y que solo enriquece a unos pocos que ostentarán el poder en detrimento de la mayoría que seguirá padeciendo los mismos dramas, consecuencia de su mala elección en tiempos electorales.
El 22 de abril ganará las elecciones, no el que grite más fuerte al otro, sino el que oferte mejor sus planes de gobierno, lejos del odio, del revanchismo y los pases de factura. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.