Por Antonio Carmona

Fue en los albores de la democracia, cuando vinieron dos politólogos de la Unión Europea a hacer unos cursos de capacitación en temas de política, en general, y electorales, en particular. Les pregunté, ya que ya estaba en la palestra la polémica por las listas sábana, que han servido para atornillar a senadores y a diputados desde aquel entonces hasta nuestros días, su opinión al respecto: Coincidieron en que las listas abierta eran positivas y mejores, en teoría, pero que en la práctica ejercían poco efecto y pusieron unos cuantos ejemplos de sociedades en las que estaban vigentes y producían poco cambio, ya que mayoritariamente la gente votaba a la lista de su partido, o, en última instancia, si no estaba políticamente motivada dejaba de votar.

Hemos visto hace poco a una sociedad norteamericana, una de las democracias más firmes, reaccionar postelectoralmente y salir a protestar contra la elección de Trump cuando ya estaba consumada; y al altanero presidente responder con soberbia: "¿Por qué no votaron?"

Pasó algo parecido con el Brexit y en otras elecciones en democracias con tradición. Los ciudadanos no evaluaron el efecto de "no votar". Los políticamente alineados, "como velas" suelen ser fieles a sus mandantes políticos. Los independientes a veces dejan de votar, contra la democracia. No miden que al no votar no deciden.

No trato de defender las listas sábana, porque me parecen un primitivismo democrático, al encadenar nombres que uno vota por docena, sin poder seleccionar y en este caso, al contrario del dicho popular, "por docena es más caro"; es decir, un sistema de votación más dedocrático que democrático. Pero creo que las listas cerradas o abiertas no son la clave contra la mala calidad de los políticos, sino la calidad de los votantes.

Por aquel entonces, otro visitante ilustre llegaba al país, Augusto Roa Bastos, y una de sus principales preocupaciones era justamente la educación política de los votantes, tras casi medio siglo de dictadura. Traía entre sus propuestas un plan de educación política y cívica que presentó a los amigos políticos del exilio que tenía y a los referentes políticos con los que se relacionaba, como tarea fundamental desarrollar ese plan apoyado en una formación cultural en la más amplia visión y el más profundo significado de la palabra cultura, donde la formación cívica y política de los ciudadanos es fundamental.

La propuesta claramente pensada y redactada, como otras que trajo, fue a parar a las papeleras de los locales partidarios y de ahí fue a morir en Cateura, y fue en el basural enterrada. Hasta nuestros días.

Lo que proponía Roa en síntesis era civilizar en el sentido político y democrático a la civilidad.

Sin duda hay que acabar con las listas sábana, pero, también había y aún hoy que dar una formación a los "civiles", ya que veníamos de décadas de militarismo… y como rezaba la Constitución anónima y apócrifa que circulaba en tiempos de la dictadura, "es fácil militarizar a un civil, pero más que difícil civilizar a un militar."

E igualmente difícil civilizar al capital, cuando escuchamos y leemos día a día cuánto cuesta una banca y quiénes son los que pueden pagar esas sumas millonarias.

No sólo hay que abrir las listas; hay que, principalmente, controlar y trasparentar la financiación de la política.

Será justicia.

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