Una triste postal es la que se vio esta mañana bien temprano en la capital de la fe espiritual del país, donde hoy se conmemora la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Lejos de la imagen con una multitudinaria cantidad de fieles que copaban la plaza en otros años, esta vez un vacío estremecedor es lo que se veía antes de arrancar la tradicional misa de Caacupé.
Con el báculo en mano, su traje de gala y un nuevo accesorio, el tapabocas puesto, el obispo de la diócesis de Caacupé, monseñor Ricardo Valenzuela, se apostó como todos los años en la cabecera de la plaza, frente a la Basílica, para iniciar la tradicional procesión hacia el templo, acto que marca el inicio de la celebración eucarística.
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Su lento andar por el camino hacia al altar estuvo marcado por la soledad, pues respetando el protocolo y dando el ejemplo, los sacerdotes y demás acólitos no lo acompañaron.
Tampoco se tuvo la imagen de la Virgen, que tradicionalmente hace esa procesión entre los fieles, que año a año se congregan en los alrededores del templo para ver el paso solemne de la madre espiritual. No obstante, a su paso el obispo levantó la mano y bendijo.
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Tras llegar a la explanada del santuario, el obispo permaneció un momento mirando la plaza vacía, una imagen completamente distinta a la que se vivía en estas fechas en años anteriores. De fondo se escuchaba el coro cantando “Una madre no se cansa de esperar”.
Posteriormente, ya al son del “Ave María”, el obispo de Caacupé fue hacia la entrada principal del templo y tocó al Cristo Crucificado para luego abrir las puertas de la Basílica e ingresar al interior, donde actualmente se oficia la solemne misa en honor a la Inmaculada Concepción.
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